XXIII.

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Empezaba a llover justo en el momento en el que sentía las lágrimas bajar raudas por mis mejillas.

—Brook, no te vayas —suplicó Amy persiguiéndome hacia la salida del edificio—. ¡Demuéstrales que no te afecta!

—¿Cómo demuestras que no te afecta algo que realmente sí te afecta?—grité con la voz rota alejándome cada vez más de ella.

Sí, efectivamente me fui.

Necesitaba estar sola y a la vez no. A la vez necesitaba que Adam apareciera, me abrazara y me dijera que todo había sido un sueño... Una pesadilla. Que todo era mentira, que no existía ninguna apuesta, que odiaba las motos y que me quería.

Cuanto más me alejaba, más me concienciaba de que aquello no iba a ocurrir. 

Caminé por las aceras bajo el manto de un cielo oscuro y de unas frías gotas que me acariciaban el rostro y se confundían con mis lágrimas. 

Iba pensando. No tuve que aguantar que mi novio me hubiera engañado, también tuve que aguantar que mi amiga lo hiciera. 

Dos golpes casi al mismo tiempo que me dejaron casi sin respiración.

No tenía prisa por llegar a casa, pero algo dentro de mí quería acurrucarse en los brazos de mi madre, en uno de los pocos lugares seguros que me quedaban.

"Mierda, hoy viene Ben a comer" recordé.

Justo el peor día. Tendría que hacer un esfuerzo inmenso para poner mi mejor cara y asegurar que mi madre fuera lo más feliz posible, sin que mi repentina tristeza opacara aquello.

Llegué a casa y me despoje de mi abrigo empapado.

—¡Cariño! —exclamó mi madre bajando por las escaleras— ¿Que haces aquí tan temprano?

Todo lo que me había propuesto se fue al traste en 4 mili-segundos y, sin poder remediarlo, me dejé caer de nuevo y empecé a sollozar.

No pude evitarlo ni con las pocas fuerzas que me quedaban.

Mi madre me miró preocupada y, acercándose rápidamente, me sujetó como lo había hecho Amy y me llevo despacio hacia el sofá, donde me desplomé agotada.

Allí le conté todo. Todo.

—Hija... —susurró mirándome con tristeza mientras me acariciaba la espalda.

Nos quedamos abrazadas mucho tiempo. Como cuando mi padre nos hacía daño. No sé cuánto pero no me importó, porque era justamente lo que necesitaba.

Era el lugar en el que quería estar aquel día. 

No quería salir de allí.

—¿Quieres que llame a Ben y le diga que venga otro día? —preguntó mi madre dudosa mientras se levantaba de mi lado y caminaba hacia el teléfono.

¡No!

—¡No! —exclamé levantándome de golpe—. No, mamá.

No iba a estropearle el día a mi madre solo porque el mío se hubiera desmoronado. Además... seguramente me sentaría bien pensar en otras cosas durante un rato.

Asintió no muy convencida y, dándome un beso, se fue hacia la cocina.

Suspiré cansada y subí las escaleras hacia mi habitación.

La ventana estaba llena de pequeñas gotas de lluvia, algunas estáticas y otras en continuo movimiento; deslizándose rápidas hasta estamparse contra el alfeizar de la ventana y desaparecer.

Déjame hacerte feliz (ACABADA Y EDITADA)Where stories live. Discover now