XXVI.

7K 383 13
                                    

"—Te quiero cariño, sueña con los angelitos —susurró mi padre mientras se dirigía a la puerta.

—¿Papá?

Con toda la paciencia de una figura paterna, se dio la vuelta y, sonriendo, se acercó de nuevo sentándose a mi lado.

—Dime.

—¿Me podrías leer el cuento de la princesa, ese que tanto me gusta?

Mi padre rió divertido.

—Hija, hemos leído ese libro cincuenta veces.

Puse un puchero mientras le miraba.

—Papi, por favor.

Me miró y asintió mientras abría el primer cajón de la mesilla y sacaba el libro color rosa que tanto me gustaba.

—Allá vamos —comenzó mientras abría el libro y se acomodaba junto a mí en la cama.

«Érase una vez una hermosa princesa de largos cabellos y rojos labios...»

Mi padre me leyó todo el libro. El día siguiente debía ir a trabajar temprano, pero allí estaba él.

«...y el príncipe y la princesa vivieron felices para siempre. Fin»

Mientras volvía a guardar el libro y bostezaba, yo aún me encontraba envuelta por mi cuento favorito contado por la dulce voz de mi padre.

—Ahora sí, a dormir señorita.

Después de arroparme con las sábanas y darme un beso en la frente, se volvió a dirigir a la puerta.

—¿Papá?

Esta vez no vino hacia mi cama, pero se giró para mirarme.

—¿Sí, cielo? —preguntó paciente.

Lo medité unos segundos.

—¿Algún día alguien me va a querer tanto como el príncipe quería a la princesa?

Sonrió y no necesitó pensarlo para contestar.

—O incluso más —contestó suavemente muy seguro—. Duerme, cariño.

La puerta se cerró.

Aquella noche soñé con un cuento de hadas que nunca se haría realidad."

—Muchacha, despierta. Hemos aterrizado oí mientras alguien me zarandeaba.

Abrí los ojos suavemente mientras seguía oyendo la voz de la anciana, que intentaba despertarme con bastante energía.

Miré sus viejos y sabios ojos y susurré un agradecimiento. Aún me sentía hundida en mi sueño.

Papá...

No iba a llorar más aquel día, así que cogiendo toda la fuerza de voluntad que pude, me levanté y, agarrando mi equipaje de mano, bajé del avión.

El viaje se había hecho más corto de lo que pensaba, pero todo lo atribuí a mi siesta, sin incluir las veces que me desperté para comer, para ir al baño y por culpa de mi incansable y dicharachera compañera de asiento.

Salí de Londres por la mañana, así que en Canadá era ya por la tarde.

En cuanto pise tierra firme, me sentí vacía. Un gran nudo en el pecho y una nueva oportunidad en la mano me aterraban.

Agarré con fuerza mi maleta y anduve hacia el interior del aeropuerto. Tuve que esperar a recuperar mi maleta en aquella cinta enorme y, cuando la tuve de vuelta, busqué a Lucy con la mirada.

Déjame hacerte feliz (ACABADA Y EDITADA)Where stories live. Discover now