PÚRPURA (Versión de Amazon)

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No me sentía solitaria

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No me sentía solitaria. No podía sentirme de esa forma cuando estaba con Gabriel..., incluso con Amanda y Carolina. En el transcurso de los días me hacían sentir bienvenida, como una bendición en sus vidas; y lamentaba mucho que en unos meses me tendría que ir de esos calurosos corazones llenos de vivas tonalidades. Estás acostumbrada a ello, no tienes que preocuparte mucho.

La escuela me había ayudado a ver que en realidad el estilo de vida que había llevado hasta la fecha no era saludable, no era buena... Mis ojos se habían dado cuenta de lo bueno que brindaba los escasos años que tenía de vida: amistades, música, amor...

Amor. No, no era eso, pero con un pequeño empujón podría decir que era lo que sentía por el pelinegro de ojos color miel. Gabriel era inteligente, carismático, amable y atractivo. Era el paquete completo para alguien de mi edad, pero el problema era ese; su edad. No me gustan los adolescentes, no me gustan los hombres que todavía no saben qué harían con su vida. Ellos no saben cómo mirarme, como tocarme.

Si Gabriel fuera un poco más grande, si tuviera esa madurez que tienen los verdaderos hombres... Esa cosa que me hace embobarme en ellos y no querer salir con alguien de mi edad. Quería sentirme segura a su lado, pero no lo conseguía porque sabía que por mucho que él quisiera hacerlo —protegerme— no sabría cómo. Esa necesidad de protección, del cuidado de alguien que sepa cómo hacerlo me fascinaba; lo adoraba.

Habían pasado dos semanas, la mitad de un mes y un sexto de tres meses. Poco a poco me iba acoplando a esta nueva escuela, en donde todos eran amigos en épocas de exámenes, y enemigos a la hora de apartar la cancha para practicar algún deporte. Hice amigos... más de los que alguna vez tuve. La escuela no representaba algún reto para mí siempre y cuando no me tuviera que levantar tan temprano, cosa que sucedía los lunes y jueves.

Todos los días llegaba de la escuela con la esperanza de ver que mi madre me esperaba en la mesa con un plato bien servido de su deliciosa comida casera, y no con un paquete de comida pre-cocida lista para meterla al microondas. Entendía que su trabajo era arduo,

¡pero vamos!, ¿ni siquiera podía poner a cocer pollo? Me preocupaba por ella, demasiado. Pero Miranda no daba indicios de que quería ser ayudada en su obsesión por el trabajo. Ella quería sentirse independiente, hacerle saber a mi padre —en donde quiera que se encontrase— que no lo necesitaba y que no le dolía en absoluto su partida. Lo cual no era cierto, pues le lloraba a diario.

No me hacía bien el llegar a casa. Los días me tenían felices, sonriéndole a todos, pero en cuanto pisaba la casa esos ánimos se venían a bajo. Se vinieron desde que supe que mi madre no toleraba verme porque era un continuo recordatorio de mi padre, de su huida...

Era martes, y entraba a las nueve de la mañana a la preparatoria. Después de desayunar y lavarme los dientes, me puse el pants azul oscuro de la escuela, y una blusa sport color blanco. Sabía que haría ejercicio, así que me sujete todo el ondulado y largo cabello castaño en una coleta. Me admiré en el espejo por unos segundos. Hoy me sentía linda, coqueta; con ganas de comerme al mundo en pequeños bocados.

COLORS [EN FÍSICO]Où les histoires vivent. Découvrez maintenant