Capítulo 6

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—¿Qué te parece,cariño? —Había cierto tono de malicia y triunfo en la voz de latía Mary cuando por fin se abrió la puerta de su habitación en elhotel Pulteney y entró con ayuda de su bastón en la sala de estarprivada que compartía con su sobrina. Había permanecido en elladesde el desayuno, teóricamente para descansar, exhausta como estabatras el largo viaje del día anterior, y prepararse para la boda.

Eve había esperado conalgo de impaciencia a que reapareciera su tía. No sabía exactamentecuándo tenía que estar lista para salir con el coronel Bedwyn, demodo que llevaba ya vestida un buen rato. Con su mejor traje gris depaseo se sentía elegante, aunque ligeramente pasada de moda. Edith,muy hábil con las manos, le había peinado el pelo formando buclesen la nuca y dibujando ondas sobre el cuello y las sienes. Tenía losguantes negros sobre una mesa que había junto a la puerta, a puntopara el momento de marchar. Al igual que la toca, que no era sufavorita pero que había llevado el día anterior, cuando no pudolocalizar la mejor toca que, estaba segura, había visto sacar aEdith de casa con su caja y entregársela al cochero. La propia Edithinsistía entre sollozos en que efectivamente la había cogido y quedebía de haber caído del carruaje a la cuneta, donde los pájarosla habrían picoteado, los zorros la habrían rasgado y de dondealgún vagabundo la habría sacado y la llevaría puesta en esosmomentos. Quizá la hubieran llevado por error a la habitación de latía Mary, —sugirió Eve, tanto para tranquilizar a Edith como paraconvencerse ella misma.

—Ah —dijo con alivioal verla en la mano libre de su tía— ahí está mi toca.

Y le echó una mirada másdetenida. Era la misma que había llevado dos días antes en elfuneral en Heybridge, pero tan transformada que a duras penas si lareconoció. Una cinta de seda ancha, color lavanda, plisada conesmero, decoraba la parte inferior del ala y recaía por un lado enun racimo de lazos. Unas tiras finas, a juego, flotaban a cada lado.

—Tenía la cinta en lacaja de casa —explicó la tía Mary ahogando la risa como un niñoexcitado— esperando una ocasión especial. Decidí que era hoy,cariño, el día de tu boda. La lavanda es un color de duelo, pero esmucho más alegre que el gris.

—Pero es que enrealidad no es una boda. —Eve atravesó la habitación para tomarla toca de manos de su tía.

—¿Cómo la llamaríasentonces —le preguntó su tía— Es una ceremonia que te atará alcoronel lord Aidan Bedwyn por el resto de tu vida? Es una boda, no tequepa duda. Si supiera que lo haces únicamente por mí, estaríaintentando disuadirte como una fiera ahora mismo. Pero no lo hacessolo por mí, así que ¿puedo decir?

—Nada. —Eve se pusola toca con cuidado, para no enredarse los bucles—. Lo hago sobretodo por mí, tía Mary. No puedo soportar la idea de perder Ringwoody mi fortuna. —Trataba, sin éxito, de hablar con despreocupación.

—Así que ha llegado eldía en que solo piensas en ti misma —dijo la tía Mary conironía—. Eres la persona menos egoísta que conozco y sé que loestás haciendo por todo el mundo menos por ti. Pero a pesar de todoquizá seas recompensada. Es un hombre bueno, cariño. —Apartó lasmanos de Eve y, con sus dedos nudosos por el reuma, anudó con esmerola cinta bajo la barbilla de su sobrina—. Aunque la primera vez quelo vi me pareció una persona hosca y seca, ayer el coronel fue muyamable. Si hubiera viajado solo, supongo que habría galopado a buenritmo y habría llegado horas antes de lo que lo hizo tirando denosotras. No sé si te fijaste en que, pese a ello, no intentómeterme prisa para subir o bajar del carruaje y se esforzó porconversar en todas las paradas, aunque imagino que se siente muchomás a gusto hablando de caballos y escopetas con los hombres ysoldados que con las damas. Y no es que yo sea una dama según suscánones. ¡Si me hubiera visto hace unos años saliendo de un turnoen la mina! Pero el coronel es un caballero, un caballero de verdad.

Ligeramente casadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora