Capítulo 17

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La semana siguiente,Aidan pasó cierto tiempo en compañía de su mujer, especialmentedurante los paseos a caballo por el parque temprano por la mañana,que Eve no se perdía nunca, y en dos bailes, un concierto privado yuna visita al teatro, donde ocuparon el palco de Bewcastle. Peroincluso en esas ocasiones solían hacer lo posible por evitarquedarse a solas. Aidan pasaba la mayor del tiempo con Alleyne o consus amistades militares, la mayoría de los cuales se encontraban enLondres para asistir a las ceremonias de celebración. Por lasmañanas iba al White's Club o a Tattersall's; por las tardes, a lasala de boxeo Jackson o a las carreras de caballos; después de cenaren Bedwyn House solía ir a algún club. Las noches las pasaba soloen su cama. Por lo que supo, su mujer no tuvo más encuentros conDenson. El tiempo que no pasaba en compañía de Aidan estaba en casao con la tía Rochester, Freyja o ambas. No le hacían falta perrosguardianes. Le había dicho que sería fiel a su matrimonio y él lacreía. Pero detestaba la idea de cuánto debía de añorar un nuevoencuentro, por fugaz que fuera, con su amante. Y se odiaba aún mása sí mismo por unos celos que no lograba reprimir.

Contaba los días quefaltaban hasta que todos los jefes de Estado de Europa se congregaranen Inglaterra y tuviera lugar la cena de Estado en Carlton House. Noconcluirían entonces las celebraciones oficiales. Pero Eve seríalibre de volver a su hogar. No dudaba que se iría lo antes posible.Lo esperaba ardientemente. Quería que se fuera, que se fuera deBedwyn House y de su vida. Pero al mismo tiempo, esa perspectiva leproducía pánico.

Detestaba todo eseestúpido sentimentalismo.

Por fin llegó el día dela visita de los jefes de Estado y todos coincidieron por una vez ala mesa para el desayuno, hasta Wulf, que no había asistido a laCámara de los Lores.

—¿Habéis visto algunavez las calles de Londres tan atestadas? —preguntó Freyja sindirigirse a nadie en particular—. Hemos llegado al parque a duraspenas, y la vuelta ha sido aún peor. ¿Has salido ya a la calle,Wulf?

—Todavía no. Y esposible que no salga en todo el día. Preferiría no tener queestrujarme con el populacho londinense. Pero esta vez parece que seconfirma el rumor de que los visitantes aliados ya han puesto pie entierra inglesa. El duque de Clarence llevó a algunos hasta el puertoa bordo de su Impregnable y lo esperan hoy en Londres.

—Eso es lo que parececreer todo el mundo aquí— dijo Alleyne—. Y todo el mundo, perrosy canarios incluidos está decidido a salir a darles la bienvenida.Supongo que la verdadera locura estallará entonces. Suficiente parasalir disparados hacia Lindsey Hall a galope tendido.

—Pero si hemos venidoaquí precisamente para las celebraciones —le recordó Freyjasuspirando—. Por orden de Wulf, por supuesto. Aunque supongo que esun gran momento, un hito histórico, la celebración de la derrotadefinitiva de Napoleón Bonaparte.

—¿Sabe exactamentequién va a venir hoy, su excelencia? —le preguntó Eve,inclinándose levemente.

—El zar de Rusia —dijoWulf—, el rey de Prusia, el príncipe Metternich de Austria y elmariscal de campo Von Blücher, entre otros.

—¿No vendrá el duquede Wellington? —preguntó.

—No, Wellington no.

—Qué decepción. Peroqué interesante ver llegar a los demás. No me extraña que la genteabarrote las calles.

Aidan advirtió que teníalas mejillas sonrosadas y los ojos más brillantes. Estabanotablemente hermosa, aunque Aidan hacía tiempo que no lograba verlade otra manera.

—Mañana por la nochelos verá a todos, señora —le recordó Bewcastle—, en laatmósfera infinitamente más civilizada de Carlton House. Verátambién al príncipe de Gales. Y a la reina, una vez más.

Ligeramente casadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora