Quédate.

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Natalia lleva toda la tarde sentada en su cama, con las piernas cruzadas y la guitarra en sus manos. Frente a ella, sobre las sábanas, hay dos cuadernos, uno lleno de palabras y borrones de boli, y otro lleno de fechas.

A lo largo de los años, aquel pequeño cuaderno de música ha dejado de servir a su función original y se ha convertido en un calendario preciso de todos los momentos que Natalia ha vivido con Alba, y de los que todavía le quedan por vivir, una larga lista de fechas que se amplía con cada visita de la rubia.

Alba había remarcado la fecha de hoy, añadiéndole unas cuantas exclamaciones al final y subrayándola con empeño, dando a entender que aquel sería un día especial.

Natalia llevaba semanas pensando en ello, en qué podría pasar ese día para que Alba lo considerara importante.

Su relación con la otra chica era, cuanto menos, curiosa. Natalia la vivía desde una línea temporal recta, desde el punto A al punto B, sin curvas o retrocesos extraños, desde los siete años a sus dieciséis actuales. Para Alba, en cambio, era más complicado. Había visitado a Natalia un total de cuarenta y tres veces, una de ellas solo con un par de semanas de diferencia con la anterior, y había sido entonces cuando la más joven, que tenía tan solo trece años, se había dado cuenta realmente de lo fortuitos que podían llegar a ser los saltos en el tiempo de su amiga. Fue complicado asimilar la visión de una Alba de veintipocos un día, la Alba a la que estaba más acostumbrada realmente, a verla con casi cuarenta en el siguiente salto. En ese momento, Natalia habría querido hacerle miles de preguntas, pero Alba la había mirado con cara triste y cansada, y lo único que hicieron fue abrazarse durante los dieciocho minutos que duró la visita.

Una de las cosas que Natalia si había entendido a la perfección prácticamente desde el principio, era que Alba no le iba a hablar nunca sobre el futuro. Era su única regla. Siempre le decía que no sabía si podría afectar o no al curso natural del tiempo, pero que no se iba a arriesgar a que nada cambiara. Tampoco dejaba que Natalia le hablara de nada que le pudiera haber contado una Alba mayor de la que la visitaba actualmente como, por ejemplo, había hecho en su segunda visita, al mencionar que la yo futura de Alba iba vestida de novia la primera vez que se conocieron.

Hablaban de arte, de música, de educación, de todos los lugares que les gustaría visitar y de los que habían visitado, habían hablado de sus familias, de sus ciudades, de todo aquello que podían hablar si revelarse demasiado la una a la otra, pero era curioso como nunca habían vuelto a hablar de la que sería la futura esposa de Alba.

A Natalia le estaba costando aceptarlo, pero últimamente no podía sacarse de la cabeza aquella imagen de su amiga vestida de blanco, ni los celos que empezaba a sentir al saber que alguien que no era ella iba a ser la causante de aquella sonrisa que había acompañado a la pequeña en sus sueños desde que tenía siete años.

Quién sabrá...

La melodía había empezado a repetirse esa mañana es su cabeza, cuando apenas había abierto los ojos, y la letra no había tardado en aparecer. Ahora, mirando ambos cuadernos abiertos frente a ella, todo empieza a cobrar sentido.

Si tú serás, si tú serás...

La flor más bonita

De este diciembre, frío diciembre.

Natalia sabe que esa canción ya tiene nombre incluso antes de acabarla. Sabe que, aunque sean solo un puñado de frases sin sentido, es la única manera que tiene de expresar lo que está empezando a sentir.

Coge abril de mi cajón

Dibuja cada sol

De mayo en mi cadera

Por mucho que pase el tiempoWhere stories live. Discover now