「mariposa」

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Matsumoto Nanami, la jovencita con la horquilla en forma de mariposa, siempre fue considerada extraña entre nosotros

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Matsumoto Nanami, la jovencita con la horquilla en forma de mariposa, siempre fue considerada extraña entre nosotros. Delgada y recta como una vara de bambú, irradiaba un aura fresca y veraniega, acompañada de motivos azules. Miraba al cielo, silbaba sonatas, alienada y extraviada constantemente en sus propios pensamientos. Conocíamos la fragilidad de su corazón, a pesar de su apariencia saludable. En clase de gimnasia participaba muy poco.

Yo veía su silueta floral todas las mañanas en el autobús, de ida y de regreso a casa. Y como sabíamos que en nuestra sangre corrían ríos de parentesco, nos saludábamos y conversábamos apenas sobre asuntos banales. Yo la admiraba. Más que eso, la deseaba, pero sabía que debido a su condición, ella procuraba controlar sus emociones de una manera muy estricta. Con los días nos hicimos más cercanos, y durante las vacaciones del estío fui a visitarla en dos o tres ocasiones a su casa apolillada. Allí conocí a mi supuesta tía lejana, a quien pronto le simpaticé. 

Nanami me narraba lo mucho que le gustaba el agua y lo triste que se sentía de no poder nadar como deseaba. Remojábamos los pies en la alberca, observando sus figuras pálidas y huesudas. Supongo que aquellos momentos de íntima empatía instaron a la joven a compartir conmigo uno de sus más grandes secretos. Durante alguna tarde calurosa y solitaria preguntó: "¿Tú crees en la magia?" Yo, por supuesto, me negué. Entonces ella rio y me hizo acompañarla al cuarto de baño. Sí. Ahí yacía una reproducción de algún cuadro de Monet, pintor occidental, con un jardín acuoso lleno de nenúfares y bellas flores.

Ella, tomando mi mano, susurró: "Ven, no tengas miedo" y, de forma maravillosa, tras tocar el cuadro fuimos transportados al mundo de tonos amables y fríos. Entre pinceladas impresionistas, nos dedicamos a flotar, flotar. Yo me encontraba muy desconcertado, pedía explicaciones. Ella no las tenía, solo sabía que desde un año antes había descubierto dicha cualidad y que solía escaparse en momentos de melancolía. Yo la acompañaba a cruzar el puente, mirando al infinito azul del cielo. Tomaba su frágil mano, la consolaba y le observaba admirar con profundo anhelo las aguas del lago helado. Allí la ayudé a componerse la horquilla. Allí compartimos un beso silencioso. Solíamos entrar y salir de dicho mundo cuantas veces nos placía. Yo me consideraba un joven extrañamente feliz, hasta que un día... Nanami no llegó al colegio.

En un principio pensé que se trataba de su salud frágil, así que acudí a su morada llevando los deberes del día. Sin embargo, lo que me topé fue a su madre desesperada. Hacía ya día y medio que Nanami yacía extraviada. De inmediato, como es natural, pensé en el cuadro. Pedí permiso para pasar al baño, con la angustia en la garganta. Lo que hallé fue sin dudas inefablemente espantoso.

En el agua flotaba una solitaria horquilla con forma de mariposa.





[Comentario de la autora: Este relato participó en una actividad impulsada por el perfil de FantasíaES en Wattpad. Surgió gracias a un disparador, y como ganó, decidí conservarlo.]

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