「reencuentro」

91 17 8
                                    

A Iv, por tanto

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

A Iv, por tanto

Cuando te vi aquella noche, en verdad creí que eras tú. Quiero decir, reconocí en ti aquellas piernas tan largas que siempre me asustaron, envueltas en red y apoyadas sobre altos tacones; el cabello resplandeciente y alborotado, lacio, negro, el adorable flequillo sobre tu frente pálida; la chamarra de cuero con pinchos, los labios rojos, aquella risa descarada tan tuya, los ojos rasgados y pequeños. Eras tú, la pose perfecta, huesudo, intacto por el tiempo, luminoso cual rubí bajo las lámparas neón de cualquier bar gay en el camino. Recuerdo haberte contemplado desde el cristal de un autobús en otoño, de regreso a casa tras el trabajo; el frío inherente intensificado en los huesos, el corazón desbocado que me empañaba los ojos de anhelo.

Aquella madrugada me fue imposible dormir, incapaz de pensar en algo que no fueras tú, triste, obsesionado, justo como en esos días de angustia tras nuestro primer y único encuentro. Por mi mente desfilaron las imágenes de tu silueta en el sol, cuando me ayudaste a brincar la barda de la escuela e inquiriste: ¿Te gusta lo dulce o lo salado? Y reíste, te tropezaste, tan torpe y hermoso. Sólo entonces distinguí la barbilla partida, los dientes mal colocados, los adorables colmillos que sobresalían. Compré dos golosinas para ti, porque no sabía cuál preferirías dijiste antes de nuestro viaje sin permiso ni conocimiento de nuestros padres. Tú eras mayor, confiaba en ti con ceguera a pesar de tu evidente locura, negligencia y estupidez juveniles. Apenas te conocía de vista por un amigo, pero es que ni tu nombre completo podía saber y aun con ello me aventuré a tu lado.

Una vez de vuelta al trabajo, bajo las lámparas blancas de la oficina, pensé en ti. Recordé el viaje en metro, nuestras risas, el walkman compartido que reproducía las mismas canciones una y otra vez de una banda undergruound que nos gustaba, la dificultad de compartir cascos y la cercanía a tu rostro que esto implicaba. Repasé tus intentos por maquillarte aún en movimiento, la mancha de rímel en tu pómulo izquierdo que dejaste yacer, el spray en el cabello ante los espejos del apestoso baño público; tus brincos en la calle, la seguridad corporal, el collar de pinchos, tu silueta en las luces rojas del concierto, la voz desentonada, el abrazo eufórico que giraba con fuerza.

De regreso una vez más a casa, con mi mujer, me persiguió nuestra noche en aquel motel de mala muerte, viejo y sucio. Yo era un adolescente torpe, y me besaste, me tocaste como nadie lo había hecho en una cama... estaba embelesado con este encuentro de sombras rojas, tan inmerso y embriagado que deseé no terminase nunca. Entonces te amé, te amé tan desquiciadamente sin siquiera conocerte, que cuando volvimos a nuestra ciudad y la realidad me arrancó de tu fantasía carmín, verme tirado y utilizado fue insoportable. No comprendía tu crueldad de viuda negra, veloz, encubierta, que jugaba a tener una novia respetable y se abría un camino de independencia con su guitarra, sobre los escenarios, en el que yo no cuadraba ni como amigo. Tal vez un conocido, el único ingenuo que quiso acompañarle a un concierto de poca monta.

Las noches de agonía sucedieron una tras otra, durante medio año desde aquel verano. Incluso si el tiempo transcurría, si me rodeaba de nuevas personas, en soledad los gritos y rasguños de desesperación por tenerte de vuelta cada vez que el sol caía me atormentaban en silencio, adentro. Por este deseo voraz tan arraigado, tan persistente en el tiempo, cuando volví a verte, pensé que debías ser mío una, dos, tres veces más... para siempre, tal vez, sin importar todo lo recorrido, dispuesto a tornar en ruinas mi vida de ser necesario pues aquel era un precio justo. Y recorrí todas las noches en tu búsqueda el mismo sendero, unas veces en carne propia, otras desde el cristal. Sólo conseguí mirarte dos noches lejano, con mi poca suerte, con el anhelo que volvía a apoderarse de mí tan rabioso como aquella primera vez.

Hasta que me encontré contigo frente a frente en el bar.

Me acerqué a ti, acariciando apenas el calor de tu hombro desnudo. Conversamos, reímos y jugamos como entonces, tan torpes e infantiles. Yo estaba loco de euforia. Te seduje, te tomé, acudimos a un motel. Ahí te cubrí de besos, tan feliz, te arranqué los collares, atraje tu cadera huesuda a la mía, recorrí tu cuello aroma a cítrico. Miré tus ojos delineados, tu cabello, y cómo descendías con tu boquita hasta el casimir de mi pantalón. Estaba tan excitado, tan feliz, tan desbordado...

Y entonces ocurrió.

El reencuentro.

Miré al espejo. Ahí estaba yo, un hombre triste jugando al pasado, más de veinte años después. Cercano a mi sexo, un jovencito sin nombre, quizás como mi hijo, ilegal, con la puta suerte de asemejarse a ti cuando te conocí. Aquello era monstruoso, aquello era... me subí la bragueta, acaricié al muchacho en sus cabellos suaves y sin valor de verle al rostro le pagué incluso más de lo que era.

Salí a la calle, miré la luna de octubre desbordada. Peregriné a casa en silencio.

Ella, mi compañera, me aguardaba aún despierta. La miré y me solté a llorar.


[Nota de la autora: Hoy probablemente sospeché de todo, menos de terminar el día redactando este cuento. Hacía tiempo que se encontraba en mis ideas, entre borradores. Ahora, seguramente se preguntan "¿por qué pusiste un tema musical tan denso para esta nimiedad?" Bueno, no sé, redacté esto escuchándola. Creo que no hace falta sangre o asesinato para experimentar el horror de las pequeñas tragedias cotidianas. Espero que les guste, mañana respondo los comentarios que debo y... nada, estoy preparando una sorpresa para ustedes. ¡Mil gracias! Bye-bye. 🌺]

SuspirosWhere stories live. Discover now