「dentada」+18

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Era un ocaso sanguinolento, húmedo; las libélulas revoloteaban a nuestro alrededor, dibujando en el aire sus hilos rojos y filosos

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Era un ocaso sanguinolento, húmedo; las libélulas revoloteaban a nuestro alrededor, dibujando en el aire sus hilos rojos y filosos. Yo escuchaba su voz distante con las piernas extendidas sobre las rocas, ambos sentados frente al río; tan fríos y ridículos, apartados en extremos opuestos como dictaba nuestro ritual de fin de semana. Mi amigo afeminado refería a sus clases de natación, a su colección de mariposas y yo asentía pensando en qué parche debería coser a mi falda de mezclilla deshilachada. De vez en cuando contemplaba con orgullo la serpiente de tinta enredada en mi tobillo derecho. Sabía que él lo hacía también, a hurtadillas, cuando yo pretendía no mirar. E incluso acariciaba la piel de su propia pierna.

Tras un silencio que para ambos se tornaba en un espacio casi sagrado, Gabriel decidió narrar con intranquilidad sus últimas pesadillas. Yo lo escuchaba, quizás con mayor atención que cuando presumía de su arte. "Entonces yo salía al patio y veía el tejado tupido por unas flores rojas muy raras, que se enredaban entre plantas carnívoras. Recuerdo que había moscas, y que por algún motivo me parecían ominosas. Tú llevabas un vestido que se transparentaba, de un tono como la sangre; tomabas mi mano e íbamos a mi alcoba. Por la ventana distinguía el jardín enmontado, casi selvático, pero... feo ¿entiendes? Luego te desnudabas y... bueno, yo me hincaba ante ti. Después de todo, soy hombre y tú eres mujer ¿verdad? Pero, cuando iba a lamer entre tus piernas, descubría que tenías la vagina dentada. Ahora que lo digo suena ridículo, pero en ese momento estaba asustadísimo y me parecía muy real. Aquello era como una sanguijuela negra y honda, como un gusano con dientes muy filosos que amenazaban con succionarme. Fue espantoso, Dani. Después volví a soñar que te veía mutilada en... en el sexo, y sangrabas y... a veces creo que me asustas de verdad".

Yo siempre me consideré una mujer poco ajustada al ideal femenino, quizás dominante o incluso desvergonzada; por este motivo, me causó gracia comprender, de manera superficial, los motivos de nuestra distancia entre las rocas frente al río. Al final de la confesión, Gabriel había bajado la voz en un arranque de pudor, como si deseara que yo no escuchase los detalles de mi mutilación. Le resté importancia, me recosté. Volvimos a casa al anochecer. 

A la mañana siguiente, me percaté de que en las sábanas reposaba una mancha de sangre. Supe que estaba menstruando, que había olvidado la marca en el calendario. Anduve hacia el baño aún adormilada, como es natural. Mientras orinaba, contemplé con aburrimiento la figura rojiza en mis bragas, mis muslos ensangrentados. Y justo cuando sentía las gotas calientes y espesas descender, observé con una claridad abominable la segunda pesadilla de Gabriel; aquella parte que no había reflexionado. Sus temores entonces parecían más lejanos, más selváticos y contradictorios. Pensé en un pene amputado. ¿Aún sangraría mi herida?




[Comentario de la autora: Temer a la mujer. Temer a ser una mujer. ¿Existe una diferencia sustancial entre ambas ideas? Ojalá se detengan a releerlo con calma, en busca del mensaje, y sobre todo de la historia subyacente entre sus hebras. No sé si me salió bien, pero el intento se hace. xD Linda noche. 🌺]

SuspirosWhere stories live. Discover now