「happy ending」

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Entonces, llegado el otoño, mis piernas se quebraron

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Entonces, llegado el otoño, mis piernas se quebraron. Vi los huesos expuestos cortar mi carne, la sangre escurriendo a borbotones. Jamás olvidaré el dolor que experimenté antes de desmayarme, cuando los auxiliares de la ambulancia me tomaron del auto y yo manché de rojo sus ropas blancas. Hubiese deseado que aquella fuera la peor parte del accidente... pero no fue así. Con mamá ausente, mi padre marchito de tristeza y mi hermano pequeño extraviado en los pasillos fúnebres de la casa, pasaba los días junto a la ventana, postrado en una abominable silla de ruedas.

A veces, cuando el sol lucía resplandeciente, deseaba con un fervor terrorífico salir al parque, perderme entre las ramas y sus flores como en mis días felices; lo anhelaba con una fuerza indescriptible, hasta que algo más se rompía en mis entrañas y las lágrimas se derramaban patéticas sobre mis mejillas. Soportar ese silencio, esa quietud, se tornaba imposible. No sé en qué momento comencé a resignarme a observar oculto, avergonzado, el panorama. Los cerezos teñían la acera con sus dulces y melancólicos tonos de rosa. Fue en una de esas ocasiones, tras el velo desgastado de las cortinas, que le vi por primera vez.

Un par de piernas livianas corrían en libertad cual mariposa que revolotea ignorante, tan feliz. Era un muchacho pálido y frágil, cuyo aspecto enfermizo no era más que un aspecto inherente a su belleza clásica. Su sonrisa, sol resplandeciente, debilitó mi corazón. Más que nunca anhelé salir, romperme entero con desesperación renovada, y enredarlo en mis redes codiciosas; en la noche me embebí con su recuerdo. Y regresé a la ventana, para admirarlo cada fin de semana, en la luz del medio día.

Que evoque estas memorias con un dejo de nostalgia justo ahora, es curioso... porque entonces, esos días que pasé enjaulado, mi mayor deseo era andar a su lado. Jugar, bromear, perderme en sus labios como los cerezos. Hoy, tres años después, Seong-Jin y yo corremos como locos junto al tranvía que se va. Mis piernas duelen, sobre todo en este invierno tan crudo. Estoy ciego, he enloquecido. No temo dejar a mi familia rota. Por primera vez he decidido correr a mi felicidad, aunque esto implique sacrificar la de los otros.

SuspirosWhere stories live. Discover now