Capítulo 4: Todo es culpa de Netflix

18.3K 2.4K 757
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Admiro a las personas que pueden quedarse calladas al no estar de acuerdo con un punto

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Admiro a las personas que pueden quedarse calladas al no estar de acuerdo con un punto. Yo no podía, lo intentaba, pero es que cuando mi poca paciencia desaparecía mi boca se desataba. Mi voz interior, la que debería darme buenos consejos, pasaba horas más horas dormida que trabajando.

Una muestra de mi falta de control fue la mañana siguiente cuando Joel pidió hablar con mi jefe. Permanecí callada, como cinco minutos, mientras lo escuchaba parlotear sin parar sobre la indisciplina del recién llegado. Me hice una idea de lo mal que debió tratarlo el día anterior para que ni siquiera se presentara.

Cada tanto Sebastián asentía, anotaba y añadía pequeñas frases en medio de sus diálogos. Diminutas a comparación del testamento que exponía el jefe de recursos humanos.
Lamentó la situación, pero contrario a las veces anteriores, no sonó sincero.

Estábamos llegando al límite de lo aceptable. Tal vez a ese grado ambos teníamos algo nuevo en común: el desagrado hacia Joel. Aunque contando a todos los antiguos empleados no era una coincidencia muy particular.

—Hoy mismo volveré a subir el aviso a la página.

Mi jefe frunció los labios y acarició su barba negra. Un gesto involuntario cada que una idea empezaba a formarse en su cabeza. No seguiría jugando. Él sabía que cuando un lío no daba su brazo a torcer debía encargarse personalmente. Yo compartía su idea. De igual manera me sorprendió oír mi propia voz impulsada por el enfado.

—Si me lo permiten me gustaría entrevistar a los interesados —propuse en un arranque.

No sabía qué pretendía. Retar a Joel, no. Lo único que quería era arreglar un problema que nos estaba quitando recursos. Sobre todo porque ese problema afectaba a más de una persona.

Los dos hombres me miraron con los ojos bien abiertos, cada uno con una expresión distinta. Tomé algo de aire para continuar, sin embargo, Joel no podía quedarse callado mucho tiempo. Las palabras debían estar atoradas en su garganta, luchando por salir. Padecíamos del mismo mal.

—Reclutar al personal es una de mis obligaciones, Miriam. Una razón para que no puedas encargarte de una tarea así es que te quita tiempo de tu verdadera labor —me recordó con un excelente argumento. El tono que utilizó en el último par de palabras me hicieron perder el poco arrepentimiento que nacía. Estaba cansándome de que me subestimaran por mi cargo.

El club de los cobardesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora