Capítulo 13: Emergencias

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Agradecí que las calles estuvieran libres porque el negocio estaba a quince minutos y habíamos perdido diez esperando a José, el amigo de Arturo, para venir enterándonos al final que había faltado.

—Sabes, Arturo, esto no es nuevo para mí. Miriam me lleva a todas partes. Es mi chófer personal —presumió Dulce. Le dediqué un falso gesto de reproche.

—¿En serio? Yo quiero una amiga así.

—Usted ya tiene coche, Jiménez —le recordé para que no se colgara del favor.

—Sí, pero siempre es mejor cuando alguien conduce por ti.

Dulce le dio la razón con gracia. «Claro, qué chistositos».

—Ni lo sueñe, Jiménez. Eso nunca va a pasar.

—Aprovechando el viaje debo confesar que tengo mucha curiosidad sobre usted —cambió de tema mi amiga.

—Dulce, no lo hostigues —le pedí entre dientes porque si le abrían la puerta se pasaba hasta la cocina.

—No lo hostigo, solo quiero saber alguna información básica —aclaró para sonar diplomática—. Por ejemplo, Miriam me dijo que eres de Guadalajara —comenzó—, ¿puedes creer que me lo informo apenas hace dos días? Aunque lo asumí por los ojos tapatíos.

Dulce nunca se guardaba nada.
Siendo honesta Jiménez tenía unos ojos bonitos, de un brillante color miel, almendrados y expresivos. Eran sinceramente encantadores, pero yo no pensaba decírselo. Aunque supongo que a Dulce le resultaba sencillo porque ella tenía unos espectaculares ojos azules que la habían hecho merecedora de cientos de halagos. Yo era la única del trío que tenía una mirada de lo más simple, o al menos la tenía antes de que Jiménez me rompiera la puerta en la cara. 

—Lo único que sabía de ti es que fuiste el responsable de que este coche quedara hecho puré —le platicó despreocupada. Observé por el espejo el semblante nervioso de Jiménez, no le gustaba ese tema. Sonreí—. Tuviste suerte que no te entrevistara Joel, sino otra historia sería. Ni un día hubieras durado. ¿Ya te topaste con él?

El club de los cobardesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora