Capítulo 7: Un récord para mi bocota

13.3K 2K 937
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

¿Recuerdan al tipo que me citó para la entrevista? Ese que creí podía estar fastidiado porque era viernes y supuse quería irse a casa temprano

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

¿Recuerdan al tipo que me citó para la entrevista? Ese que creí podía estar fastidiado porque era viernes y supuse quería irse a casa temprano. Descubrí que se llama Joel y su mala actitud se mantiene durante toda la semana.

Para la semana siguiente que fui a consultar una duda, conservaba esa cara de "¿por qué no te has muerto", parecía se la habían tatuado en alguna borrachera. «Señor, si yo supiera la respuesta a esa pregunta con gusto se la diría, a mí también me gustaría tenerla a la mano». Aunque no me afectó al no ser algo personal. A todos los odiaba, incluso a Dulce, a la que todos la considerábamos un encanto.

Miriam, mi compañera de ocho horas, era un tema aparte. Tenía que reconocerle su faceta profesional. No importaba cuántas veces le hiciera la misma pregunta o la interrumpiera, podía explicar lo mismo sin perder los nervios. Atendía una decena de asuntos y estaba al pendiente de cada detalle. Sin embargo, su lado personal no era tan generoso. Habían pasado más de una semana y lo único que sabía era su nombre. Siempre estaba a la defensiva. Cada vez que intentaba ser su amigo ponía distancia y cortaba las charlas que se desviaban del punto inicial. Me costó un poco no hacerla enfadar, yo solía hablar más de lo que a ella le gustaba.

Y el karma me cobró rápido mis quejas porque Pepe, que era mi compañero de almuerzo, tenía talento para sostener una plática de horas, pero era pésimo para escuchar. En más de siete días solo me había preguntado cómo estaba dos veces y se dedicó a oír la respuesta menos de un minuto. De igual manera eso era positivo para mí, en ese momento no tenía mucho que contar más allá del trabajo, que él conocía mejor que yo, o mi bochornoso pasado que prefería mantener como espectáculo de comedia privado.

Sobre mi jefe no tenía mucho que decir. Un tipo ocupado que salía de su oficina pocos minutos al día. Habíamos entablado conversaciones cortas, Miriam era la intermediaria para aquello que ocupara más de cinco líneas.

Por eso me sorprendió cuando me citó en su oficina para tratar un tema importante. No sabía qué había arruinado, pero esperaba no fuera otro gasto porque terminaría comiendo recibos de deudas si me descontaban otro peso.

—Arturo, siéntate —me pidió él cuando entré. Medio orden, media sugerencia. Obedecí porque en eso era bueno.

El aire acondicionado estaba encendido para mitigar el calor que se colaba por la única ventana. El escritorio estaba repleto de carpetas, legajos e impresiones aprisionadas contra una computadora. A nada de caer, en un extremo, se asomaba una placa con su nombre.

El club de los cobardesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora