Capítulo 31: Diplomado en espectáculos

8.2K 1.6K 399
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La chatarra que llamaba automóvil se encaprichó a última hora provocando que llegara rozando a la junta

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La chatarra que llamaba automóvil se encaprichó a última hora provocando que llegara rozando a la junta. Por suerte, justo cuando consideraba tomar un taxi, el motor encendió como si nada hubiera pasado. Esa era la definición perfecta de un traidor.

Miriam estaba esperándome impaciente en la puerta de la última habitación, seguro pensando faltaría y la dejaría con la responsabilidad entera. Sonrió cuando me vio a lo lejos y se acercó para encontrarme en el pasillo que conectaba con la recepción.

—Jiménez, ya están casi todos dentro.

—¿Todos?

—Casi. Falta José Luis —me informó caminando a mi lado.

Al dueño de la empresa lo conocía solo por el discurso de la fiesta de hace semanas y por las anécdotas o comentarios que Miriam me contaba de él. Aunque los testimonios hablaban bien, no era garantía porque sin importar su personalidad era mi jefe. Y las experiencias previas me decían que con tus superiores había que tener cuidado. Don Martino contaba con un buen corazón, pero daba dolores de cabeza contradecirlo.

La sala de juntas me trajo recuerdos de mi entrevista. Ese día Miriam había sacado su peor humor y yo dejé en evidencia que cuando mis nervios entraban en juego mi cerebro se desconectaba.

Al ingresar, la atención de todos recayó en mí, entre esos Sebastián que se acercó. Pensé que me reclamaría con justa razón mi impuntualidad, mas lo pasó por alto. Nuestro jefe hacía todo más complicado. En verdad deseaba que fuera un imbécil que podría odiarse con naturalidad y sin buscarle excusas, pero desde que había entrado a la empresa fue bueno conmigo.

 —¿Todo bien, Jiménez? —me preguntó. Asentí escuchando las instrucciones que nos daba a mí y mi compañera antes que la clase se interrumpiera por la llegada de la última persona faltante en la habitación.

José Luis se aproximó hacia nosotros, más para hablar con Sebastián que con el resto, pero eso no importó para que nos saludara con tal familiaridad que cualquiera diría que éramos amigos desde la secundaria. Ese tipo, que apenas debía llevarme unos años, tenía más efusividad que yo en varias vidas.

El club de los cobardesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora