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No importa ya cuantas veces huyeran el uno del otro, ininterrumpidamente iban a encontrar sus sustancias únicas vertidas por doquier, incluso dentro de sí mismos.

Era una costumbre del pasado que ella se perdiera de su vista, era una costumbre que mantuviera la mirada baja, que enmudeciera y saliera corriendo intempestivamente lo más lejos posible de él y de su enormidad, en donde ella era solo una más de tantas que soñaban con que la aplastante verdad de sus labios les revelara los más oscuros secretos del mundo de las pasiones. Era solo otro latido arrancado por él de una hilera flotante de corazones acelerados, pero a diferencia de las demás esta parecía haberse resignado desde un inicio y él lo sabía. Sabía que era normal no conocer su paradero o que se le hubiese escapado de las manos, lo que no era normal era dormir a su lado, como uno solo, y despertar sin ella. Era consiente de que se había enamorado de una navegante más que de una residente, sabía que tendría que acostumbrarse a los desencuentros de verla esfumarse cada vez que algo pareciese más grande que ella pero en realidad no sabía cómo lidiar con su ausencia, ni siquiera por un segundo.

Jamás había sentido una desesperación como esa, esa constate culpa de haber dejado escapar algo maravilloso y el resentimiento de hablar en un idioma diferente al de ella, que llegaba a sus oídos fragmentado, haciendo imposible una verdadera comunicación independiente a la de sus vociferantes corazones inquietos. Jamás había sentido esa desesperante necesidad de tenerla cerca y de saberla hallada, y necesitaba, urgentemente, hacer algo al respecto.

Sumido en dicha desesperación al final optó por ir a buscarla. En su camino se preguntó una y otra vez si ese sería el hilo interminable de esta historia, si sería la misma trama siempre; ella escondiéndose de aquel sentimiento escalofriante que ahora ambos compartían y él yendo a buscarla. Concluyó que tal vez así debía ser, que tal vez era su destino correr tras ella compensando los años en los que no lo hizo y la dejó marcharse.

Ya era tarde y el frío aumentaba con el pasar de los minutos. Ya eran pocas, casi nulas, las personas que recorrían las calles. Avanzaba rápidamente con un paso apresurado hacia donde sabía que ella estaba. Poco a poco la estación de gasolina, con su iluminación y también con su fuerte olor a combustible, se hizo presente frente a él y fue entonces cuando la vio.

No era una imagen nueva, ya la había visto acurrucada entre los tanques con aquella libreta entre las piernas y escribiendo frenéticamente. Aún así un escalofrío le recorrió el cuerpo y algo en sus adentros se estremeció pues era todo eso lo que ella producía. Faltaban tan solo cinco minutos para que fueran las doce y para que acabara su turno. Incluso cuando no era un trabajo permanente él no quería molestarla ni asfixiarla por lo que esperó desde lo lejos. Los cinco minutos restantes finalmente habían pasado y un muchacho mucho menor que ella había llegado a la estación y había dejado sus pertenencias en el cuarto de empleados. Trina también se había dirigido hasta allá para recoger sus cosas. Rápidamente le entregó el turno al chico y luego de despedirse brevemente comenzó a caminar hacia la calle.

Trina avanzó con un caminar apresurado aunque quedo por la inestabilidad concurrente de su cuerpo que parecía nunca mejorar y con la mochila colgando de su hombro. Como siempre ante los ojos de Aitor se veía preciosa. Su cabello suelto se veía más oscuro que nunca mientras revoloteaba de lado a lado, sus ojos cansados se aferraban a observar el piso y sus sobresalientes pómulos estaban enrojecidos. De inmediato Aitor sacó las manos de sus bolsillos y se puso en pie esperando el momento en el que ella lo notara.

Ella siguió caminando mientras se abrazaba a sí misma cubriéndose del frío y se mantenía firme para que sus piernas no la dejaran caer. Poco a poco divisó una figura que esperaba firmemente por ella. Levantó la mirada y al ver a Aitor de pie frente a ella con una mirada triste y un rostro apagado frenó en seco. Soltó un suspiro ahogado y también lo miró tristemente. Como pudo siguió avanzando esta vez con menos seguridad y velocidad. Aitor la observó detenidamente entrecerrando los ojos y leyéndola por completo, por lo que fácilmente se dio cuenta de que esta no estaba muy feliz de verlo. Casi sin percatarse ya estaban el uno frente al otro bajo el alumbrado público de la calle. Trina le sostuvo la mirada y después de un incómodo rato de silencio habló.

Desencuentros; imgDonde viven las historias. Descúbrelo ahora