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Mucha cercanía, en ocasiones, en vez de juntar las pasiones más bien aleja a sus portadores. No se puede culpar a quienes han desperdiciado su juventud sin un amor que de verdad marque sus caminos por alejarse instintivamente cuando las distancias se acortan. En realidad era debido a eso, a ese instinto y a ese reflejo de alzar vuelo cuando la brisa se hace fuerte.

Y él no podía culparla a ella. Creía que la distancia más grande había estado en esos siete años de no coincidir, pero se había equivocado. La peor distancia estaba entre dos bocas que no pueden llegar a besarse porque el miedo acucia sus cuerpos.

Tomando al miedo de la mano, al menos para lograr llegar a su destino, habían logrado caminar silenciosamente hasta el departamento. Ya estando dentro de la casa la chica se limitaba a seguir los pasos del anfitrión, incómoda, apenada y arrepentida de no haberse negado lo suficiente a venir.

Lo primero que hizo Aitor al cruzar la puerta fue dirigirse apresuradamente hacia la cocina. Tomó a la chica por los hombros y la sentó en la pequeña mesa frente al mesón sin si quiera molestarse en pedir su aprobación. Aitor dejó sus pertenencias en el sillón y rápidamente pasó a sacar las cosas de la alacena y del refrigerador. Al ver aquello y darse cuenta de lo que el chico pretendía no tardó en manifestarse.
—Si estás pensando en cocinar no te molestes, no pienso comer.
—¿Ah sí? —dijo este sin prestar mucha atención para seguir preparando los implementos.
—No tengo apetito.
—No me digas. —Soltó una risilla pero no se detuvo. Resignada, al ver que el muchacho aún así continuaba con su preparación, pero en el fondo también agradecida por ello, se acomodó en la silla y dejó su mochila en el suelo. Desde allí pudo ver como el muchacho hacía un desastre en la cocina, picaba vegetales, horneaba panes y revolvía el líquido en los sartenes, todo al mismo tiempo. Había ensuciado casi toda la cocina en tan solo quince minutos pero al parecer al final sí había valido la pena.

Lentamente dejó un plato hondo, caliente y aromático sobre la mesa justo en frente del rostro de la joven. La chica miró detalladamente lo que tenía en frente sin expresión alguna y de inmediato se sorprendió de que aquel muchacho realmente supiese cocinar. Aitor volvió por el plato restante y lo dejó del otro lado de la mesa, se sentó y permaneció esperando que la chica prosiguiera para hacerlo él. Trina reconoció frente a ella el aspecto, la textura y el inconfundible aroma de una crema de espárragos. No habían muchas cosas que esta comiera pues era más bien difícil que Trina disfrutara de algún platillo, pero cuando tuvo en frente lo que reconoció como el mejor aroma del mundo no pudo evitar sonreír. Aquella sonrisa fue percibida por el chico pero no duró demasiado pues esta la ocultó como de costumbre.
—Adelante, te gustará —dijo él. Trina sujetó el cubierto entre sus manos y no tardó en ingerir el alimento. Cuando Aitor vio aquello su corazón cayó en una calma profunda y solo entonces, él comió. Se mantuvieron en un silencio cómodo y profundo hasta que el fondo de sus platos se hizo visible y sus estómagos estuvieron llenos.

Aitor se levantó de la mesa y con una mirada la invitó a seguirlo, ella avanzó fuera de la cocina tomando su mochila y con un paso mucho más lento e inseguro lo siguió. Al llegar a la habitación la chica se detuvo junto al marco de la puerta, ya conociendo el lugar pero igual nerviosa de encontrarse de nuevo allí. El muchacho ya estaba buscando entre el armario las almohadas y las cobijas de repuesto que tenía guardadas para las visitas que nunca recibía, en el fondo le alegró tener una ocasión para usarlas. Fue sacando las cosas una por una y dejándolas en la cama. Al ver a Trina inmóvil junto a la puerta con un leve gesto de su cabeza la invitó a pasar.

Trina caminó lentamente por la habitación hasta quedar frente a la cama e ignorar por completo la presencia del chico. Se mantuvo de pie frente a esta, examinándola y recordando también. Se perdió en la enorme cama de edredones blancos e infinitas almohadas, pero más que eso se perdió en el recuerdo que el lecho de los amantes emanaba dentro de su conciencia. Cerró con fuerza los ojos recordando involuntariamente, viviendo nuevamente el tacto y la complicidad que todavía en la cama seguían regados. Él, que ya había terminado de organizar los repuestos, se acercó a ella y se posicionó a su lado. La vio ida, perdida y ensimismada. Supo de inmediato el porqué y en su interior rogó infinitamente que aquellos recuerdos de Trina trajeran consigo la nostalgia más no el arrepentimiento. Poco a poco Trina se percató de la calurosa presencia del chico justo a su lado y aún sin moverse abrió los ojos para volver a observar la cama frente a ella.
—¿No crees que ya es demasiado tarde para eso? —preguntó ella sin siquiera mirarlo, haciendo referencia a los repuestos que había sacado para dormir por separado.
—¿Para dormir en lugares diferentes?
—Sí.
—¿Es una invitación a dormir juntos?
—No realmente —negó ella de inmediato.
—Sí. Claro que es tarde para decidir dormir separados —dijo él finalmente respondiendo a la pregunta sin tartamudeos y hablando sobre el hombro de Trina—. Sólo no quiero que pienses que te traje conmigo para aprovecharme de ti. —Ella de inmediato se giró a verlo, manteniendo el contacto con sus ojos incluso en la muy poco iluminada habitación.
—¿Si no quieres sexo entonces qué? ¿Para qué me trajiste?
—No dije que no quiero sexo contigo dije que no te traje para eso. Te traje para cuidar de ti. —Trina intentó ignorarlo y continuar hablando objetivamente.
—¿Hay diferencia?
—Sí, mucha.
—¿Y si no necesito que me cuiden?
—Todos lo necesitamos —dijo él de forma radical y sin intención de debatirlo—. Y también necesitas dejar de estar tan sola. —Aitor tomó entre sus brazos las cobijas y las almohadas de repuesto y se dirigió a la puerta.
—Lo justo es que a mi me toque el sofá.
—De ninguna manera —respondió él sin mirarla y desapareciendo por la puerta.
—¡Aitor!
—No está a discusión.

Desencuentros; imgDonde viven las historias. Descúbrelo ahora