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Hay heridas que sanan más rápido que otras y lamentos que sin importar la profundidad aveces nunca terminan de borrarse. Ambos eran personas marcadas por el destino y por el paso del tiempo. Él, un muchacho radiante y talentoso que mientras pasaba por su mejor momento, repleto de juventud y de vitalidad, de repente se le cayó el mundo cuando descubrió que amaba también a la desconocida y luego desaparecida que lo amaba locamente a él, que pasó años repitiendo mentalmente la disculpa correcta y esperando el momento en volver a encontrarla para poder decírsela. Y ella, una esquiva chiquilla de letras, oculta y lejana, que nunca pudo reponerse después de un típico enamoramiento adolescente universitario no correspondido, por lo que pasó años imaginando lo que hubiese sido su vida con él, pero que cuando justo dicha vida se desmejora aquel ideal se vuelve real. Aún siendo tan diferentes no eran más que dos víctimas del azar.

Pero las otras heridas que sanan mucho más pronto, son partidarias, aveces, de los mejores inicios y de los mejores reencuentros.

Y mientras caminaba con las mismas piernas que parecían ya haber recorrido todo un siglo de pasos y caminos recapitulaba, una y otra vez, lo que ahora era su realidad. Ahora, después de cinco años, el chico del que creyó caer enamorada durante la escuela y al que nunca le habló de sus sentimientos había aparecido de la manera más extraña posible y apresurada asegurando querer permanecer a su lado. No podía seguir huyendo de aquello, lo que había pasado en los últimos días era real, no era su mente creativa que sobre el papel inventaba un sin fin de historias alternativas, y era eso mismo lo que más le aterraba. Nunca había tenido la oportunidad de estar con él, ni había estado en la posición de decidir estar a su lado o no, ahora todo era inminentemente real y peligroso, no como en sus historias en las que los peligros solo son de papel.

Caminaba a rastras mientras todos estos pensamientos iban y venían dentro de su cabeza. Su cuerpo se balanceaba con la debilidad y la falta de alimento, su estómago ardía y rugía para sus adentros y su vista se nublaba en ocasiones, amenazando con dejarla caer al suelo en cualquier instante, pero aún así seguía avanzando. La habían dado de alta hacía unas horas y no podía esperar a llegar a su estudio para poder estar sola. Después de haberse vestido con la misma ropa con la que llegó al hospital y tomar su mochila había caminado cuadra por cuadra hasta su estudio, mareada, hambrienta y adolorida, pero más que todo, sola. Aitor había estado con ella en el hospital hasta el último día, durmiendo sentado en la silla de la habitación pero con el rostro recostado sobre su camilla, justo junto a su vientre. Ya cansado y sucio, se había retirado momentáneamente para ir a su casa y asearse pero con la advertencia de que volvería cuando le dieran de alta para llevarla con él a casa. A ella no le había importado. Había tomado sus cosas y aún con su paso inestable se las había arreglado para escaparse antes de su regreso.

Una vez vio cercana la puerta del pequeño departamento pasó a buscar en su mochila las respectivas llaves. Todo estaba exactamente igual a como recuerda haberlo dejado cuando se coló en casa de Aitor, incluso su colección de billeteras robadas se encontraba ahí. Se entretuvo en las profundidades de su mochila intentando encontrar sus llaves y en entre ensimismamiento y la frustración de indagar más bien en una especie de agujero negro traga llaveros no se percató de la persona que esperaba por ella frente a la puerta, sino hasta que su cuerpo se interpuso en su camino.

Levantó instintivamente la mirada para ver a Aitor de pie frente a ella, observándola con una mirada curiosa pero a la vez de desaprobación.
—Aveces puedes ser tan predecible, Trina... —dijo él. Ella, que había quedado estática por unos segundos, se reincorporó lentamente y se rindió en su búsqueda para observar a Aitor con un vuelco en el corazón. Era impresionante para ella pero aún después de tanto tiempo, de tantas fantasías involucradas y de tanta distancia, él todavía tenía ese poder para hacerla enmudecer y para hacerla temblar. Para hacer que su corazón se acelerará o se detuviera, incluso al mismo tiempo. Esos ojos cafes que ahora la miraban eternamente eran los que le producían aquellos temblores, incluso ahora—. ¿Buscas esto? —preguntó con sarcasmo el chico mientras sacaba de los bolsillos delanteros de sus pantalones las llaves de Trina. Ella apretó los dientes y en medio de un suspiro desvió la mirada—. No puedo creer que pensaras que podrías librarte de mi tan fácilmente.

Desencuentros; imgDonde viven las historias. Descúbrelo ahora