Capítulo 8.

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Rumshum: Entonces

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Rumshum: Entonces...déjame entender. ¿Me estás diciendo que simplemente te caíste, lastimaste la mejilla y gritaste por culpa de un absurdo y pequeño sapo?

Cian: ¡No fue absurdo! —responde frunciendo el ceño mientras lleva con miedo sus manos a su cabello—. ¡Casi salta a mi cabeza!

Rumshum: Eso es jodidamente imposible...

     Eleonora oye en silencio la conversación de ambos mientras caminaban por un sendero vacío. Levantando la mirada y observando la oscura noche, las estrellas estaban siendo tapadas por un manto de nubes. Mismas que, en poco tiempo, comienzan a dejar caer sus primeras gotas de la lluvia que se aproxima. Cian nota lo mismo cuando, al llevar el mapa que Rumshum le entregó, ve que el agua comienza a caer sobre él. Se apresura a enrollarlo antes de que se estropee.

Cian: ¿Creen que debamos quedarnos a descansar por aquí...? No puedo seguir viendo el mapa con esta lluvia, se empapará.

Rumshum: No habrán bandidos que nos ataquen, creo —ve a Eleonora—. ¿Qué dices, elfa?

Eleonora: Eh... ¡Exacto! No mas bandidos... —responde algo incómoda—. <<Eso espero...>>

     Apresurando el paso, la lluvia pasa a convertirse en una gran tormenta. Inclusive sus voces indicándose hacia donde dirigirse comienzan a dejar de oírse por los ruidosos truenos y hojas moviéndose de lado a lado por la ventisca. 

     Escondiéndose debajo de los árboles más grandes a la vista, Eleonora y Rumshum sienten algo de frío por su ropa húmeda y el clima como efecto en su piel. En cambio, la dulce y siempre sonriente Cian, a pesar de su desabrigado vestido y cabello mojados, no tiene ningún tipo de lenguaje corporal que indique problema alguno. Ni siquiera está temblando o abrazándose a sí misma para retener algo de calor, como ellos estaban haciendo desde que la tormenta inició.

Eleonora: ¿No tienes frío, Cian? 

Cian: ¿Ah? —dice negando con la cabeza, entre risas— Los ángeles no llegamos a sentir totalmente el frío ni el calor. ¡Estoy bien!

     Ella despliega sus alas y, acercándose un poco más a ambos, los rodea con sus plumas, protegiéndolos de las gotas que aún se escabullen entre las ramas. Los dos piensan que el aroma a fresas que desprenden pueden llegar a relajar la tensión o los nervios de cualquiera. Y claramente, ellos no eran una excepción.

Cian: ¿Se sienten mejor?

Eleonora: Sí... —responde abrigándose con las plumas—. Pero no creo que quedarnos así toda la noche sea de lo más cómodo.

Cian: Bueno, a mí no me molestaría cuidarlos mientras no se enfermen. ¡Agradezco que ese no sea mi caso!

     Sin unirse a la charla, Rumshum comienza a observar cautelosamente todo a su alrededor. Alejando un poco su cabeza de las alas de Cian, nota una tenue luz anaranjada a no muchos pasos de donde están. Viéndolo mejor, se trata de nada más y nada menos que una pequeña cabaña de pino. Llamando la atención de las chicas, les indica con su dedo índice el lugar, y asienten, como si entendiesen qué hacer. La ángel cuenta hasta tres antes de salir corriendo hasta la entrada de aquel lugar. 

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