Capítulo 17.

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     Seldrum era muchísimo más grande de lo que Eleonora se imaginaba

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     Seldrum era muchísimo más grande de lo que Eleonora se imaginaba. Había pasado por los baños para acto seguido caminar por los alrededores hasta perderse del punto central, donde estaba el mapa. No dejaba de pensar en lo mucho que Cian se aferraba a ciertas ideas sobre los demonios, y la cara que pondría si la viese en uno de sus tantos ataques de furia. Y es que su amiga tenía razón en algo: los seres procedentes del infierno, incluso sus linajes, llevan en la sangre un instinto deseoso de atacar y regocijarse en todo acto violento e inmoral; la elfa lo había visto en ella misma, en su madre, y en cada historia de boca en boca sobre aquella raza controversial. Pero también estaba en desacuerdo, puesto que sabía como remediar en gran parte aquellos arrebatos. En un principio quería hacerle entender que también podía ser algo controlable con rutinas como la meditación, pero ahora mismo siente que debatirlo sería un caso perdido, que llevaría a la nada misma. Cian parecía muy segura de lo que decía, y no cambiaría de opinión con tanta facilidad.

     Algo distraída, frente a Eleonora aparece una niña humana de baja estatura, y llevando un par de trenzas en su cabello oscuro. Mientras se mueve de lado a lado tarareando una canción, su vestido de flores coloridas le acompaña con la danza. Su piel parece tornarse algo rojiza al inflar sus cachetes en una sonrisa, mientras la ve.

—¡Oye, oye! —le exclama la pequeña enseñándole una espada sobre su mano— ¿Quieres practicar?

     En cuanto Eleonora reacciona, pega un salto del susto. Parpadea unas cuantas veces hasta recaer en su pregunta.

—Uf, lo siento, no esperaba ver a nadie... —responde echando un suspiro para entrar en calma—. Pero eres una niña, no me gustaría pelear contra ti. Sería injusto.

—¡Injusto nada!, todas las peleas aquí son muy justas, y deberías saber que este lugar es super duper seguro.

—¿Super duper...? —murmura confundida ante su dialecto.

—Es decir, aquí es casi imposible morir, hay un campo de protección angelical que lo impide —prosigue dando saltitos en su lugar—. Todo golpe o herida que lleguemos a darnos, en cuanto finalice la pelea, se nos curará. ¡James dice que de las heridas se aprende, y curarlas te vuelve más fuerte! 

     La elfa se rasca la cabeza, algo confundida con ese refrán, y la seguridad del centro.

—Escucha, ternurita... —a punto de oponerse, ve como el rostro de la niña desprende la misma alegría que ella cuanto tenía su edad—. «Una pequeña pelea no me va a hacer daño, aparte de que mi equipo no notará que estoy tardando y...» ¡EMPECEMOS! —termina por exclamar emocionada, desenfundando su espada.

     Es entonces que es guiada por la pequeña a través de los tantos caminos presentes, hacia un pequeño campo de batalla cercado por alambres. Al llegar y pisar el césped plano, la niña corre hacia uno de los extremos para tener a la elfa justo frente a ella. Aprieta sus manos sobre el mango de su espada, y se posiciona par atacar. Eleonora copia sus pasos y se relame los labios, sin poder quitarse los nervios de encima.

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