Capítulo 78

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Narra Bruno

El viaje de Galicia de aquel año fue distinto, quizá porque sabía la historia que escondía aquella tierra o porque en este último año había comprendido quién era mi padre de verdad. Días antes de irnos a Galicia hablé con la Yaya por teléfono. Estaba en Zarautz con Lola y Joaquín. Dije que me iba a Galicia con Alessandro, Francesca y Pol y ella preguntó: "¿Qué lugares vais a visitar este año?" Contesté: "La parte que nos queda de las Rías Baixas y algo de la provincia de Ourense".

Noté cómo se encendió un cigarro y dije: "Yaya, no fumes mucho que no quiero volver a un hospital contigo y pensar que te pierdo". Ella se rio y dijo: "Niño, ¿tú tienes algo por dónde me ves? Que la bruja soy yo, no tú". Me reí y dije: "He oído el mechero". Ella dijo: "Tan avispado como siempre".

En ese momento escuché como le preguntó a Joaquín por un lugar y dijo: "Bruno, en A Guarda si subes un poco más arriba del Monte Santa Tecla, en la zona de las antenas, busca un monolito y verás un poema". Le pregunté qué significado tenía ese poema y dijo: "Tu padre descubrió a Rosalía de Castro leyendo aquel poema, iba con Bolaño. Sé lo que sentiste cuando viste la inscripción en Finisterre, a lo mejor sientes algo parecido cuando leas eso".

Mi abuela era y es el enigma en persona. De aquel viaje a Galicia me quedo con cuatro momentos.

El primero, la Catedral de San Martín de Ourense, subir aquella escalinata que lleva a la entrada y a su pórtico, hizo que me trasladase a Santiago de Compostela de nuevo aquel año. Cada vez me gustaba más el románico.

El segundo, las Termas de Prexigueiro. Era como estar en un paraíso, fuera hacía una temperatura supongo que típica de un mes de agosto gallego, pero con aquellos baños se solucionó el poco frío que tuviésemos.

El tercero y he de reconocer que para mí el más importante. Subir al Monte Tecla, sumergirnos en la época de los Celtas, disfrutar de aquellas vistas impresionantes de la desembocadura del Miño. Cogimos de nuevo el coche para subir a la zona de las antenas del Monte. Iba con Pol cogido de la mano cuando lo vi.

Me paré en seco y Pol mirándome a los ojos dijo: "¿A quién te recuerda?" Mirando hacia la desembocadura dije: "Mi padre estuvo aquí hace treinta años. Vino con un grupo de amigos y una amiga en concreto le enseñó este poema. Conoció los poemas de Rosalía de Castro y según me dijo mi abuela se enamoró aún más de Galicia".

Pol se sonrió y dijo en tono sarcástico: "Seguro que esa amiga era su rollete de aquella época. Como siempre Merlí definiendo su amor por las mujeres". Miré de nuevo a Pol y dije: "No lo sé, pero no lo creo o tal vez sí. Mi padre era una caja de sorpresas".

Por último, el cuarto momento. El paseo junto a Pol por el parque de Baiona. Fueron momentos maravillosos, que me hacían recordar a cada una de las personas que habían puesto su granito de arena para que Pol y yo llegásemos al punto en el que estábamos.

La despedida de Alessandro y Francesca aquel año me resultó más dura que la del año anterior, imagino que, porque no es lo mismo volver juntos, aunque sea a un sitio y luego nos tengamos que separar, que no de golpe y porrazo tengamos que separarnos para coger distintos vuelos.

En todos los viajes que llevaba hechos con Pol, Alessandro y Francesca, he de reconocer que aprendí algo muy importante. La mejor parte del viaje no es llegar al destino. Todo lo contrario, la mejor parte del viaje es todo lo que te vas encontrando o lo que te va sucediendo en el camino. Porque en el camino conoces gente, aprendes cosas nuevas, ves otras cosas diferentes. Es decir, mucho antes de llegar al destino ya no eres la misma persona que cuando iniciaste el viaje.

Ni antes ni después de aquel viaje era la misma persona. Galicia había dejado una huella en mí el año anterior, pero este año esa huella que había dejado había cobrado más sentido.

Continuación personal de "Merlí: Sapere Aude"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora