O todo o nada

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Yuri salió de la habitación pasada las cinco de la tarde, si fuera por él no se habría despegado del Katsudon nunca pero el médico le había indicado la necesidad de que Yuuri se alimentara apenas recuperara la conciencia, ahora que la calma había invadido el lugar era claro hasta para él con su mal sentido del olfato que el departamento entero apestaba a hormonas alfa, no le sorprendería que los desgraciados se hubiesen atrevido a orinar los muebles con tal de dejar su marca de territorio como los viles animales que eran. No podrían vivir ahí, aunque al edificio en el que su madre había comprado su departamento contaba con un buen sistema de seguridad, su hogar había sido manchado con el permiso del propio alfa peli plateado, puede que no explícitamente más fue él quien les abrió las puertas para que los otros lo invadieran, el katsudon nunca más se sentiría seguro estando dentro de esas paredes.

-¿Sigues aquí?- pregunto con hosquedad al percatarse del alfa sentado frente a la chimenea, rodeado de la frazada que habían traído de la casa de su abuelo y que claramente tenía el aroma de Yuuri impregnado en ella- ¿empezaras a revisar sus cosas, no lo has hecho lo suficiente?

- Huele a él, es lo único en este maldito departamento que aun huele a mi destinado- susurro sin apartar la mirada de las llamaradas simuladas de la chimenea electrónica- ¿Cómo está?

-¿Acaso te importa?- bufo e ignorando al mayor se encerró en la cocina, no era el mejor chef de la ciudad pero al vivir solo con su abuelo había tenido que aprender algunas cuantas recetas para no morir de hambre. Estaba cansado, aquella última semana no había sido fácil para ellos. Entre los achaques del viejo y los malestares del embarazo de Yuuri no había dormido más de cuatro horas diarias, aunque sabía que no era el que la estaba pasando peor si repercutía emocionalmente, ahora tendría que empezar a empacar las pertenencias más importantes del omega, las que pudiesen salvarse al menos.



Víctor espero a que el chico desapareciera tras la puerta de la cocina para levantarse e ir tras Yuuri, no había dejado la frazada que encontró en la pequeña maleta por miedo a que se impregnara de la pestilencia que invadía cada rincón del que había sido literalmente su nido de amor, había tratado de que el aroma desapareciera potenciando el aire acondicionado al máximo más no dio resultado, no quería ni imaginarse lo que había hecho para que el olor fuera tan potente y duradero porque de tan solo pensarlo... tampoco se atrevió a reclamar el espacio con sus feromonas inseguro de que estas pudieran afectar negativamente la recuperación del omega.

Cuando entro a la habitación sus fosas nasales fueron invadidas por una esencia parecida al helado de chicle, era potente pero no picaba su nariz como lo haría el olor de otros alfas. Un dulzor más suave proveniente de la cama lo atrajo, era tan dependiente de ese olor como solo Yuuri podría serlo del suyo mismo. Lo extrañaba, el aroma de las flores de cerezo ahora se mezclaba con un ligero sabor a leche claro síntoma de que el omega estaba gestando ¡Dios! Yuuri estaba gestando, en su interior se encontraba el producto de su unión, la muestra más grande del amor que había entre ambos y él no se había dado cuenta. No lo había hecho porque estaba demasiado ocupado revolcándose en la culpa tras su celo y después tratando de evitarlo las últimas semanas, lo había descuidado cuando más lo necesitaba. Las consecuencias de su ausencia estaban frente a él, Yuuri estaba ojeroso, su siempre blanquecina piel tan suave y perfecta estaba ahora reseca, pálida y podía apostar que el omega había perdido unos cuantos kilos porque sus pómulos resaltaban en su hermoso rostro.

Su distanciamiento los había afectado a ambos, Vítor también había perdido el apetito y las noches de insomnio dominaban en su rutina, pero era claro que su omega era quien estaba llevando la peor parte.

Lentamente se sentó en la mullida cama cuidando de no hacer ningún movimiento brusco que pudiera despertarle, acarició suavemente la mejilla regordeta recorriendo con el pulgar el labio inferior, moría por besarlo, quitar con sus besos la resequedad que cuarteaba la piel hasta dejarlos rojos y húmedos como cada noche lo hacía antes de salir rumbo a la casa de su esposa.

Ultimátum OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora