Pimienta negra, romero y un toque de chicle. La antesala del desastre.

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La mañana del miércoles llegó a Yuuri con una sorpresa, ni dulce ni desagradable. Simple y llanamente una sorpresa.

Otabek Altin estaba parado justo frente a su puerta, de hecho, sostenía una caja de pastel del que emanaba un delicioso aroma a limón, decir que Yuuri le dejo pasar sólo por el postre que cargaba era completamente desconsiderado y así se lo hizo saber a Yuri cuando dejo salir el comentario una vez estaban todos sentados en la mesita de la cocina.

El alfa llevaba una fina camiseta blanca de manga larga remangada hasta los codos, los pantalones de mezclilla gruesa de color gris oscuro se ajustaban a sus piernas tanto que en un descuido y mientras Yuuri comía de su rebanada de pastel alcanzó a notar los músculos tensarse tras un mal comentario, de esos que tanto le gustaba soltar al rubio.

El omega no pudo ni quiso ocultar la sonrisa que se formó en sus labios cuando el instinto protector de Yurio empezó a incomodar al serio alfa que un par de días atrás le había dado a entender a Yuuri que él era solo un trabajo interesante. A veces su cachorro podía ser tan impertinente e irónico que ni su mismo abuelo aguantaba su conversación, en fin, eso no es algo que a él le preocupara mientras continuaba comiendo su rebanada de postre y sopesaba la idea de servirse una nueva o dejarla para la tarde.

Talvez fue el sabor del limón que recorría su paladar, o el canto de los pajarillos provenientes del patio trasero pero de un momento a otro se encontró recordando una de sus tantas salidas con Víctor, aquella en la que se perdieron después de tomar un "atajo" para un famoso hotel a las afueras de la cuidad y que tanto había insistido el peli plata en llevarlo a conocer, al final habían llegado a una campiña kilómetros enteros al lado contrario de donde se suponía era su destino, con un neumático bajo y sin servicio telefónico.

Víctor estaba frustrado y Yuuri solo quería bajarse del carro y estirar un momento las piernas, eso fue precisamente lo que les permitió distinguir a lo lejos una cabaña de doble piso. Sin oportunidad de seguir avanzando con el automóvil, regresaron a empujarlo al costado de la carretera asegurándose de que estuviera completamente cerrado, se tomaron de las manos y entre burlas y risas caminaron con dirección a la cabaña para pedir ayuda. Víctor no desperdiciaba oportunidad para besarlo, Yuuri lo amaba.

Terminaron hospedándose en lo que descubrieron era una posada, sí una posada. La grúa tardaría al menos hasta el día siguiente en llegar y aunque el plan original era regresar esa misma noche, con el automóvil de Víctor averiado y unos cientos de kilómetros más lejos de lo esperado no había más opción que esperar. El cuarto reservado no era de lo más lujoso, aunque Víctor había pagado por la mejor habitación, tres de las paredes tenía un viejo papel tapiz floreado, el muro donde se encontraban las ventanas era únicamente de madera y daba directamente al bosque; una cama matrimonial con un edredón igualmente floreado y un par de mesitas a los costados. La pieza de baño era igual de simple, aunque cómoda, con una tina de esas vintage con patas negras y bordes nacarados... en aquella tina Yuuri y Víctor habían hecho el amor por primera vez, no solo sexo realmente había hecho el amor entre suspiros ahogados en besos, cuerpos resbaladizos por el agua y una pasión nueva, completamente alejada del instinto.

Aquella había sido una de las salidas favoritas de Yuuri, ciertamente jamás llegaron al famoso hotel, pero aquel valle se convirtió en su lugar especial al que volvían cada que sus trabajos les daba un respiro. En aquel hermoso claro al que llegaron por accidente, fue consciente por primera vez de que aquello que los unía a ambos no era únicamente el instinto de su segundo género, todo Yuuri amaba a Víctor, no al alfa que era su destinado sino al hombre sumamente infantil que se escondía detrás de aquella fachada de sofisticación, amaba la manera en que su boca se torcía cual corazón cada vez que probaba algo rico e inmediatamente se lo tendía a Yuuri para que él también fue parte esa experiencia, como el pie de limón casero que comieron entre besos y caricias a la mañana siguiente justo antes de que la grúa llegara. Ese era el mejor recuerdo porque en aquella noche abrazados en aquella incomoda cama matrimonial después de haberse entregado una vez más pudo ver a través de las pupilas azules el mismo amor que ahora habitaba en su corazón.

Ultimátum OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora