Capítulo 17

1.7K 188 57
                                    

#quedateencasa

Eran las tres de la mañana del 14 de noviembre. Unos descalzos pies tocaron el gélido asfalto, y una sombra femenina se dibujó a medida que la luna se dejaba de ocultar entre las pesadas nubes. Estaba desnuda, y su piel más pálida que hace un par de minutos demostraba que no se encontraba bien. Un par de arañazos en sus piernas dejaban sangrar un par de gotas color carmín, sin dolor alguno. A pesar de que todo era una situación extraña, para dicha fémina era lo más normal del mundo. Aquellas quedadas en la forma más natural posible, bajo la luz de la luna, se habían vuelto una rutina para ambos.
Ella dio un paso y cruzó la carretera sin temor de ser vista entre los vecinos. Nadie estaba asomado a su jardín o balcón, y nadie parecía utilizar siquiera un transporte. Solo eran ella, la brisa y la luna.
Se adentró entre el mar de árboles y, poco a poco, el frío comenzó a clavarse entre sus costillas. Sus delgados pies estaban destrozados, piedras se incrustaban en la piel y los hacía sangrar continuamente. Quizás, por esa razón sus caminatas se hacían más largas a pesar de ir por el mismo atajo. No obstante, todo merecía la pena. Porque al final del viaje, más allá de los troncos, se encontraba la propia personificación de la masculinidad.
La mujer sonrió, y sin importarle cuánto le golpeara el frío o cuántas ramas rasgaran sus débiles brazos, corrió hacía él como si lo hubiera visto por primera vez. Ambos sonrieron con alegría y amor. Se abrazaron, aunque estuvieran desnudos aquel amor iba más allá que el simple erotismo. Ya no era el simple hecho de que él la tuviera desnuda entre sus brazos, sino que también tenía su corazón, su alma y su amor. Aquellos reencuentros dejaron de ser solamente de pasión. Poco a poco, lo que era solo sexo se convirtió en hacer el amor. Una aventura que cambiaría la vida de ambos. Y , como en cualquier aventura, habrían cosas positivas y negativas.
Él besó el plano vientre con delicadeza, pues temía dañar lo que aguardaba dentro: el fruto de ambos. Ella acarició los oscuros cabellos de él, disfrutaba del momento porque sabía que, tarde o temprano, tendría que correr ya sea porque los rayos del sol la advertían a ella, o aquel rostro sin facciones le advertía a él.
"Te amo" susurró él posando sus grandes y esqueléticas manos sobre aquel vientre que, con el paso del tiempo, comenzaría a crecer sin límite alguno. Era el momento más feliz para ambos...Hasta que él regaló su presencia. El viento se levantó y las hojas comenzaron a volar hacia distintas direcciones. Cualquiera pensaría que es el clima o una simple broma del destino, pero aquella broma del destino que pretendía separar a los amantes pertenecía a unas largas y huesudas piernas que carecían de color alguno. Entonces, una cabeza más blanca que la propia luna se asomó entre la copa de los árboles. Estaba enfadado y el aura que desprendía le obligaba a él a repeler a su amada. Ella huyó como si no hubiera un mañana, sin mirar atrás. La adrenalina se vertió en su cuerpo, pues no sabía si lo volvería a ver al día siguiente.
Sin embargo, ella no volvió jamás hasta el día del nacimiento de su primer hijo. Había parido a un pequeño varón de piel pálida y numerosas pecas alrededor de su pequeña cara. Estaba igual de blanco que ella en su última noche con él. Un bebé sano y fuerte, que por más raro que fuera se parecía más a su madre que a su padre.

Tres de la mañana del 16 de Julio. El pequeño niño tenía un par de horas de recién nacido, pero eso no iba a evitar el impulso que atormentaba a su madre. Él tenía que conocer la criatura que había creado, pues también era su responsabilidad. Y, una vez más pese a que llevaba 9 meses sin hacerlo, se plantó desnuda frente a la carretera con su diminuto hijo enrollado en una gran manta. Su cuerpo estaba muy lejos de lo que era anteriormente. Una pesada barriga caía hacia el suelo con millones de estrías tras el haber parido recientemente. Sus pechos estaban más grandes que antes, pero ya no volverían a aguantarse sobre sí nunca más. Sus piernas, que antes eran robustas y fuertes, estaban agotadas. No obstante, se sentía más mujer que nunca. Cuando llegó al punto de reunión...No había nadie. Se quedó esperando, congelandose poco a poco pese a que era una noche veraniega. Su pequeño niño descansaba entre sus brazos, transmitía tanta paz...Las hojas volvieron a levantarse con brutalidad como si estuvieran corriendo por el aire. Pero, ella no correría. Ya no volvería a correr más. El ser sin rostro se dejó ver ante ella. Era alto, y vestía con un extraño traje elegante que, más que transmitir coqueteo, daba aires siniestros. Ella se quedó ahí, sin bajar la defensa ni un momento.

"¿No volverá, cierto?" Cuestionó con seguridad, sin temer la futura respuesta.
Pero, no recibió ninguna. Solo recibió un simple mensaje que se cruzó en su cabeza, con una voz masculina y ligeramente destiorsonada: "Él te seguiría adorando aunque tu cuerpo ahora esté muy distinto. Te miraría con los mismos ojos...Pero, aquí se ha acabado todo. No vuelvas, porque él no lo hará jamás."
Ella ya no recibiría la llamada de su amado, y se derrumbó frente a ese ser. Los llantos de madre e hijo quedarían en el recuerdo de toda la fauna del lugar.

La señora Rogers se despertó atemorizada, con un mar de lágrimas bañando sus rosadas mejillas. Su pecho subía y bajaba por la tensión. Una vez más, había vuelto a vivir aquella pesadilla que removía tanto su corazón como su estómago. Respiró con profundidad y se levantó de la cama. Estaba agotada psicológicamente simplemente de todo. Ya no solo algunos objetos le recordaban a él, sino que ya incluso aquel hombre atormentaba sus sueños. Tantos años han pasado...Pero, siente el mismo dolor que aquella noche. Ella ya no se iba a calentar más la cabeza, tenía más que claro que él era un alma gemela con quién no estaba destinada a estar. Se acercó a la ventana y admiró de lejos aquella montaña que parecía no tener final. Escena de sus sueños más profundos y sus más pasionales pesadillas. Pero su oscura mirada se fijó en otra cosa que le hizo perder la respiración por un momento.

Eran las tres de la mañana del 27 de Marzo. La señora Rogers volvía a sentir aquella llamada que estuvo años esperando. Lágrimas cristalinas se escaparon de sus ojos, porque esta vez la llamada no le correspondía a ella.
Aiden Rogers estaba completamente desnudo frente a la carretera, contemplando con la misma seguridad que lo hacía su madre años atrás el final de los árboles. Sus pies tocaron el gélido suelo por primera vez, y tuvo la misma reacción que su progenitora cuando ella sintió la llamada en su tardía adolescencia: El escalofrío en toda su espalda.
La señora Rogers observó atónita. Su hijo era tan parecido en ella en tantos aspectos...Pero no imaginaba que el también viviría lo que ella vivió. No obstante, existía una pequeña diferencia que separa a madre e hijo.

Si él ya no iba a volver más, ¿Quién estaba llamando a Aiden?

Como romperle el corazón a un muerto. (Hoodie y tú) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora