Prólogo

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Prólogo

Lo primero que hizo, al recuperar la conciencia, fue sentarse de golpe y tomar una bocanada de aire, agitado y desesperado por aspirar todo el aire posible para que llegara el oxigeno suficiente a sus pulmones. Sus manos apoyadas contra el helado y húmedo suelo en el que estaba sentado, las pequeñas rocas incrustándose en sus palmas lo hicieron consciente del lugar en el que estaba. Una cueva. Sin dejar de respirar agitado, movió su cabeza de un lado a otro intentando ver por completo sus alrededores. Sí, era una cueva y podía ver la salida a unos metros, la luz del sol difusa y tenue. Debía estar atardeciendo.

Más calmado cerró los ojos tratando de asimilar su situación y recordar lo que pasó para que llegara a un sitio así y estuviera inconsciente. Escuchó agua caer. De golpe abrió los ojos y con sus manos desesperadamente recorrió su cuerpo, su pecho, su abdomen, sus brazos, piernas… sus manos volvieron a su abdomen para quedar posadas sobre su vientre, que subía y bajaba con su respiración. Cerró los ojos e intentó concentrar su chakra revisando que todo estuviera bien, que él estuviera bien.

Suspiró en alivio al comprobar que todo en su interior estaba bien y en su sitio.

Suspiró nuevamente, cansado, adolorido y sintiéndose perdido y resignado. Con dificultad se levantó, sacudió sus ropas, algo inútil considerando que estaban sucias con algo de lodo, y caminó con cuidado de no resbalarse hasta la entrada de la cueva mientras el sonido del agua cayendo se intensificaba. Podía sentir el frío del viento rosando sus mejillas y la brisa húmeda que usualmente existe por la cercanía de una cascada o un río.

Al llegar a la entrada pudo ver a varios metros el punto terminal de la cascada donde azotaba contra un pequeño lago que se abría en un río, el cual pasaba con rapidez a unos centímetros de sus pies. Frunció el ceño, si el caudal subiera un poco la cueva podría quedar sumergida. Tenía que salir de ahí rápido.

Viendo a su alrededor por algo que le ayudara escalar las rocas que lo rodeaban, pudo notar un pequeño montículo de piedrecillas blancas con un símbolo en el medio, quiso acercarse para ver qué era, pero en mal agüero el río batió contra las puntas de sus pies y dejó de distraerse. Debía apurarse.

Después de varios intentos en los cuales sus suelas resbalaban contra las húmedas rocas, decidió quitarse las sandalias negras que estaban demasiado húmedas para servirle. El agua solo seguía aumentando y comenzaba a desesperarse. Concéntrate, concéntrate, tú puedes salir de aquí. Se decía mentalmente mientras con manos y pies descalzos comenzó a progresar en su salida. Cuando sintió pasto y tierra húmeda se sintió tan aliviado que pudo, con toda la fuerza que tenía, impulsarse y tirarse contra la superficie que era la orilla del río.

—Al fin…—dijo en un suspiro, aliviado. 

El cielo estaba oscureciendo y Naruto solo se quedó mirando cómo poco a poco las estrellas aparecían en el firmamento y cómo los grillos despertaban la noche. Estaba perdido. Perdido y solo. ¿Cómo había llegado ahí? Cerró sus ojos en concentración. Antes se había distraído al recordar que primero debía revisar su bienestar, pero ahora debía enfocarse en lo que recordaba.

Una misión.

Sí, habían salido en una misión y hubo una emboscada. Al parecer quién los contrató no era alguien de confianza y los grupos de ninjas que los interceptaron estaban preparados para atacarlos con todo, querían al kyubi... Naruto puso un rostro de dolor y tristeza, ya no podía sentir a Kurama. No podía escucharlo, sentirlo, cuando cerraba los ojos no podía verlo. No más comentarios sarcásticos, ni bromas crueles, ni burlas sobre su mal gusto en parejas o su relación con Sasuke. Nada. Y dolía demasiado como para pensar en eso en estos instantes, así que dejó el pensamiento para otro momento y volvió a lo que recordaba.

ResurrecciónWhere stories live. Discover now