6. La salida

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Capítulo Seis

La salida

—¡¿Es mucho pedir que alguien me arranqué la cabeza y terminé con este sufrimiento?! —exclamó un malhumorado Leo.

Su aspecto era el de un chico de dieciséis años que ingirió tanto alcohol el día anterior hasta llegar a la estupidez. Ni siquiera había podido conjugar bien una oración y difícilmente podía mantenerse en sus dos pies.

Era un mal bebedor.

Alejé la taza de café de mis labios.

—¿Recuerdas qué sucedió ayer?

Después de servirse una taza de café se sentó enfrente de mí y le dio un buen sorbo.

—Agh, no recuerdo mucho. —Cerró los ojos intentando recordar—. Solo sé que el juego se me fue de las manos y todo lo demás es historia.

—Vaya, que responsable —ironicé.

—Ilumíname.

—Tuve que hablarle a tu hermana para que fuese por nosotros y, cuando ella llegó, no quisiste entregarle las llaves del auto. Después empezaron una especie de infantil lucha en el patio delantero y hubo muchos espectadores.

Él soltó una risa ronca.

—Hasta ebrio soy alguien genial, ¿no lo crees?

—Claro, él más genial de todos. —Le di un sorbo a mi café.

—Sé que lo estás diciendo con sarcasmo.

—¿En serio? Si no me lo dices, no me doy cuenta.

Entrecerró sus ojos.

—Tal vez cuando se me baje esta resaca infernal logré recordar algo. —Detuvo la taza que iba camino a sus labios para realizar un ademán con su mano—. Porque ahora no son más que imágenes borrosas y confusas.

—No me quiero imaginar todo lo que hiciste —murmuré al tiempo que mis ojos se quedaban fijos en su taza.

En el color.

En las letras.

Su mano sosteniéndola.

No sabía la razón por la cual mi cabeza se ponía a divagar en cualquier momento del día. No le importaba que hubiese una persona intentando tener una conversación conmigo.

¿Qué había cambiado en Alex?

Era consiente de que lo más probable era que fuese por la actitud que tuve ese día con él después del golpe. Y luego estaba su disculpa en la piscina, ¿fue sincera? Me era imposible creerle debido a sus actitudes cretinas.

Tenía que ser sincera respecto a que él no me molestaba del todo y, el hecho de estar en su radar, me encantaba. Aunque en el fondo deseaba que fuese por razones distintas.

Mi cordura amenazaba con abandonar mi cuerpo en cualquier instante. Sabía a ciencia cierta que el sombrero loco estaría muy orgulloso si eso llegase a sucederme.

Esto no es un cliché, ¿o sí? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora