Capítulo 4

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Su jadeo era enfermizo para cuando logró bajar al piso siguiente, el cual la recibió con un cartel enorme que tenía un número cinco escrito en azul. Su cansancio le hizo recordar que había una caja metálica enorme que subía y bajaba entre los pisos al lado opuesto de donde se encontraba. Los médicos le decían elevador. El camino hasta allá se auguraba como un suplicio ya que desde la sala más cercana, con un cartel de "Preparación pre-operatoria", emanaba otro charco de sangre. Ahora estaba lista para superar otro piso manchado de sangre con un nuevo método: Mirar al piso. La sangre sería resbaladiza pero no daba miedo, incluso cuando le daban episodios muy largos de tos seca solía escupirla por su garganta inflamada. Era algo controlable a diferencia de un cuerpo desollado.

Lentamente avanzó con la miraba clavada en el mármol de teñido carmesí. Sus pies, descalzos tras los trajines de los días anteriores, se resbalaban en los charcos más grandes. A pesar del riesgo de caída, su plan había funcionado a la perfección hasta que pasó la tercera sala del quirófano. Los bisturís se encontraban rodeando un cadáver que sobresalía. Era un doctor anciano que tenía múltiples cuchillos, tijeras y navajas clavadas en todo su cuerpo excepto la cara, que carecía de ojos también. No pudo evitar verlo de frente y llevarse un susto por la práctica amateur de acupuntura que le habían realizado y las moscas que revoloteaban en sus cuencas oculares.

Por reflejo, miró de reojo a la sala. Fue un gravísimo error, debido a que el doctor solo era la suave antesala de un trasplante póstumo de cabeza. El cuerpo de una señora obesa se desparramaba en la cama de operaciones, pero su cabeza había sido reemplazada por la de uno de los doctores asistente. Esta había sido aferrada a su cuerpo huésped por pequeños bisturís clavados sin ningún cuidado u orden.

0603 corrió rodeando al cuerpo frente a ella para dejar de ver la macabra operación. Fue su segunda mala decisión ya que una de las navajas le cortó el pie al correr. Llegó a la puerta metálica en botes desesperados y presionó el botón tal como vio a los enfermeros hacerlo. Nada ocurrió. Lo presionó de nuevo y de nuevo esperando alguna reacción. Golpeó desesperada la puerta esperando que se abriera. Nada. Se encontró luchando de nuevo por no llorar solo para respirar.

Las escaleras se notaban como la única salida de este infierno y ahora estaban al lado contrario de donde se encontraba. Además, el corte de su pie no era muy profundo, pero era largo y ardía demasiado al pisar el suelo. Prefirió arrodillarse y gatear con cuidado. De esa manera evitaba ver más muertos e identificaba los utensilios que pudieran cortarle, hasta pudo mover al doctor muerto lo suficiente como para pasar sin problemas.

Volvió a las escaleras con su bata cubierta en sangre, sobre todo en las mangas y a la altura de las rodillas. Se sentó en el primer escalón a respirar. Lo alto que parecía y su propia fatiga le causaban vértigo ante la bajada. Bajó lentamente por cada uno de los escalones con el constante miedo a caerse y un esfuerzo excesivo para sus débiles músculos.

Al doblar la esquina plana, sintió como sus pulmones se diluían en un cúmulo de sangre que la ahogaría si no se detenía. Vio lo que parecía el final de la escalera delante de ella mientras su visión se hacía más borrosa y difícil, contó hacia atrás los escalones que le faltaban: cuatro, tres, dos...

Llegó exhausta al cuarto piso y decidió celebrar su pequeño logro. Los enfermeros siempre le advertían que se moriría si hacía más esfuerzo del que debía en su caminata rutinaria. El tiempo que pasó sola los probó equivocados. Era capaz de cuidarse por su cuenta. Sin embargo, fue cuando tosió un coágulo de sangre que entendió la realidad a su alrededor: Paredes manchadas de rojo, cuerpos esparcidos por cada rincón del pasillo, un silencio sepulcral. En este piso estaba igual que antes, no había conseguido nada. Seguía sola, completamente sola y atrapada.

Pasillos vacíosWhere stories live. Discover now