Capítulo 8

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- Si ves estos números te dirán que hora es. Ahora dice que son las ocho y veintitrés de la mañana. Ayer decía que eran las tres fue cuando la niebla se esparció por el hospital. Lo guardaré por ahora, porque le queda poca batería y lo necesitaremos después.

Teresa presionó el borde de la pantalla y la luz que emitía el aparato se apagó. Los enfermeros y algunos pacientes solían tener herramientas parecidas, pero nunca supo exactamente que hacían. Eso no era lo único que le sorprendía, ya que todo lo que le había pasado desde que despertó hasta su encuentro con ella había ocurrido en menos de un día. Era difícil decidirse entre creer que los días duraban más de lo que creía o que no funcionaban de la forma tan simple como le explicó 0748.

Lo único seguro era que su salvadora estaba llena de sorpresas que, a diferencia de las que se había llevado en su travesía, eran amenas. Ella estaba con su bolso puesto y movía la barricada con cuidado de no hacer ruido. Le extendió su mano para que ambas salieran hacia el aterrador exterior.

La bisagra de la puerta dejó salir unas quejas al replegarse hacia el interior de la habitación, revelando la siguiente jugada del asesino. Frente a ambas, una hilera de cabezas desprovistas de sus ojos las esperaba atentamente para impedir su salida. Teresa le tapó los suyos de inmediato. En esa oscuridad, escuchó sus quejidos reprimidos y unos golpes sordos que se conectaban al mismo tiempo que la sentía moverse.

- Listo... continuemos, pequeña.

Para cuando avanzaron, las cabezas yacían lejos de la puerta, algunas estaban envueltas en su propia sangre. 0603 se aferró a la bata de la doctora para ya no tener que ver más atrocidades. Al tiempo que caminaban, notó que las pisadas de Teresa dejaban huellas rojizas. Eso le hizo preguntarse si ella también era capaz de jugar con los cuerpos como el asesino lo hacía. No solo eso, si no que se dirigían hacia la dirección contraria de las escaleras. Tal vez no era el ángel que había creído encontrar, pero no quería quedarse sola de nuevo contra ese asesino.

Sus desconfianzas aumentaron cuando sintió como giraba hacia una de las habitaciones. Pudo notar el escenario común de cadáveres rebanados e intercambiados para formar inhumanas posturas y combinaciones. Se detuvo de golpe frente a una pila y 0603 intentó dar un vistazo. Ella estaba rebuscando entre los cuerpos con tal ímpetu que varias manos, cabezas y tripas se caían desde las camillas.

Entonces, un campaneo surgió de uno de los torsos y Teresa suspiró de alivio. Estiró su mano hacia los bolsillos para extraer un manojo de llaves de metal teñidas con la sangre de su anterior portador. Con cuidado, reordenó los cuerpo lo mejor que pudo y tapó las cuencas vacías con los restos de las sábanas. Le escuchó soltar unas extrañas oraciones rítmicas que narraban la apertura de un reino en los cielos para los muertos, algo que la hizo sospechar más por lo extraño que le sonaba.

- Con esto saldremos de acá.

Se volteó para sonreírle y darle unas caricias en su cabeza; sin embargo, ella se alejó temerosa. Atinó en seguirla sin acercarse mucho, lo cual Teresa parecía respetar ya que no se volvió para preguntarle qué pasaba.

Llegaron a la gran puerta plateada que 0603 intentó activar en el piso cinco. La vio introducir la llave más pequeña en la ranura bajo la flecha y al girarla un estruendo metálico se escuchó desde adentro hasta que fue cortado por una campanilla. Con ella, se desveló el interior frío pero iluminado de esa extraña habitación móvil.

Ambas entraron y Teresa presionó el número uno de una hilera que llegaba hasta el seis, seguido por un dibujo de dos flechas que se miraban. Cuando las compuertas se cerraron, la caja lentamente empezó a descender en un incómodo sonido.

0603 no se decidía aún si era buena idea seguir con Teresa. ¿Qué sería de ella si la sonrisa calmada que le mostraba era tras lo que ocultaba una maniática risa como la que el asesino tenía? El reino de los cielos sonaba a algo que alguien loco diría, porque ella sabía bien que en el cielo solo estaban el sol y la luna. Además, ella no sintió molestia alguna tras patear esas cabezas y sonreírle después. Tal vez si cooperaba y se quedaba callada, ella no le haría daño y saldrían de aquí. Claro que tendría que buscar a la mujer dorada una vez que eso pasara.

Pasillos vacíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora