Epílogo

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Luego del hermoso reencuentro con quienes creían muertos en su época, James y Aria fueron castigados por dos meses, lo que equivale a 60 días. 60 días sin amigos, parejas, artefactos mágicos y salidas a cualquier lugar existente en el mundo. Ni a comprar podían salir. Era como estar en la cárcel.

Aria la pasó muy mal, empezando por el hecho de que perdió sus poderes gracias a que George supo de antemano los efectos secundarios de sus sortilegios y los modificó junto a Fred. Aria lloró, gritó, insultó, cocinó, miró diez series muggles, tuvo seis crisis existenciales y, por supuesto, tuvo varias peleas a golpes con Scorpius. Su único consuelo era su tía Bellatrix y Delphini, las cuales cocinaban galletas mientras Aria les contaba sus problemas y ambas la aconsejaban.

— Es muy simple— le dijo su prima, metiendo las galletas al horno—; primero, las cartas a James se las puedes dar a mamá...

— Cierto, voy casi todos los días a llevarle pedidos a Pansy— comentó su tía, apoyada en la mesada y cruzada de brazos—. Es mi mejor cliente y la mayor parte de las veces me quedo con ella, charlando y bebiendo café. Hace unos espectaculares.

— Segundo, cuando Scorpius entre a tu habitación, lo empujas fuera y cierras la puerta con llave— siguió la peliblanca, se limpió las manos con un repasador y se encogió de hombros—. O, si no te queda otra opción, siempre está la opción del punto débil masculino: sus cojones.

Mientras, James se volvió un completo infierno. Corría, saltaba y volaba en escoba por la casa, rompiendo varios jarrones y echándole la culpa a Albus. Y, cuando no era un torbellino, molestaba a Albus, y a los amigos de él cuando venían a la casa. La vida del segundo Potter se volvió un infierno esos días.

El día 50, Albus no lo soportó más. Salió a grandes zancadas del baño, con el cabello mojado y rosa, y bajó las escaleras. En el camino, Lily estalló a carcajadas, burlándose de él.

— ¡James necesita salir de la casa!— exclamó entrando a la cocina, donde estaba su madre preparando el desayuno y su padre bebiendo café.

Al ver a su hijo, Pansy se tapó la boca con el dorso de la mano para ocultar la sonrisa, y Harry se atragantó con el café de la risa.

— ¡No es gracioso!— espetó Albus, lanzando la toalla al suelo con furia. Sus padres se pusieron serios y negaron—. Deben cambiar el castigo de James, o quitárselo. No me importa, sólo no lo quiero cerca por los próximos 25 años luz.

— Buenos días familia— saludó James con una enorme sonrisa y revolvió el cabello de Albus—. Me gusta tu estilo, Al.

— James, deja en paz a Albus— le reprochó Harry, apoyando la taza de café en la isla. Albus se sentó y apoyó los codos en la isla.

— No puedo— negó James encogiéndose de hombros.

— ¿Por qué?

— Molestar a Albus es mi pasión.

— Esto es demasiado, quítenle el castigo— imploró Albus juntando las manos y mirando a sus padres con ojos de cachorro.

— Sí, quítenle el castigo a James— dijo James e imitó a Albus. Éste le dio un codazo en las costillas y James esbozó una sonrisa burlona.

Pansy y Harry se miraron, dudosos, pero finalmente asintieron.

— Hoy puedes salir, pero en casa antes de las 12 para almorzar— ordenó Pansy.

— ¡Gracias!— exclamaron James y Albus. James besó a sus padres en la mejilla y a Albus en la frente, pero él lo empujó lejos, molesto.

James corrió a cambiarse y, por red flu, se dirigió a la mansión Malfoy. Sin embargo, no apareció en su destino, sino en una casa vecina. Afortunadamente, no había nadie en aquella casa, así que salió por la ventana (tuvo suerte de no romperse ningún hueso, ya que era el segundo piso) y caminó hasta la mansión. Una vez estuvo a unos 10 metros de la puerta, gritó:

Viaje Al Pasado ✔Where stories live. Discover now