Capítulo Dieciséis

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Saber jugar no garantiza ganar la partida

—¡Saca ya!

—Cariño, relájate, no tengo una mente ilustre como la tuya—Carolina rodó los ojos—, yo tengo que pensármelo.

—No es tan difícil.

Carolina calló con la mirada que Albert le dedicó. Llevaban toda la mañana jugando a juegos de mesa y bebiendo zumo de pera en vasos de chupito como si fuera vodka. O jäger. O cualquier sustancia con los grados suficientes como para aplacar el malestar que el hombre sentía dentro. A Albert le hacía bien ocupar su tiempo para no pensar y no darse cuenta de lo miserable que era su vida en ese momento; a Carolina le venía bien entretenerse para no pensar en cierto hombre, pero de nada le servía hacerse la interesante cuando lo veía hasta en el revés de las cartas. 

Albert todavía no había sentido la suficiente confianza como para exteriorizar lo que sentía. Poner en palabras todo el maremoto de pensamientos y emociones que le oprimían el pecho no era tarea fácil. Y Albert siempre había sido un flojo. 

Para el caso, Carolina tampoco había sido del todo sincera con él. Cuando el domingo anterior llegó de comer con sus hermanas y lo vio llorando a moco tendido en el sofá, no pensó que fuera un buen momento para desahogarse y contarle el pequeño enfrentamiento que había tenido con Sally y lo que esta que había dicho de él. Sabía que le dolería, y no quería causarle más dolor. Quería decírselo: a ella no le hubiera gustado que alguien a quien apreciaba le quitara la palabra y no tuviera el detalle de darle una explicación, y, conociendo a Sally, no le habría dado ninguna. Eso le molestaba, que se creyera con el derecho de no dar explicaciones, cuando ella era la primera que las pedía. Tampoco había tenido ese impulso cuando volvió de la megacita con Blake, y se pasó todo el rato pensando en qué hacer si resultaba que estaba enamorado de ella... No llegó a ninguna conclusión, solo decidió pasar del tema para no volver la convivencia más difícil. Aunque, por mucho que intentara olvidarse de ello, Carolina seguía con el run run en su cabeza de que su mejor amigo estaba enamorado de ella, y a veces se le escapaban unas largas miradas sospechosas en sus soliloquios mentales.

Era domingo y era uno de los primeros últimos días de la semana que no estaba con sus hermanas. No estaba enfadada, al menos no con Flora... A Sally sí que le habría gritado cuatro cosas si la hubiera tenido delante, por eso decidió que era mejor seguir ignorando sus llamadas, que llegaban sin falta cada dos días, e intentar hacerle compañía a su mejor amigo.

—¿Es así?—preguntó inseguro, poniendo varias cartas boca arriba. Carolina asintió sonriente, sabiendo que ganaría—Pues te toca.

—Pues me congratula anunciar que he ganado. Otra vez.

Dejó su mano sobre la mesa y se levantó sonriente hacia la cocina. Escuchó la queja de su amigo desde allí.

—¡¿Otra vez?! ¡Serás zorra!

—No es mi culpa que seas tan malo—dijo cuando volvió a sentarse, con una botella de agua abierta en la mano—. Deberíamos empezar a jugar con dinero de verdad.

—¿Estás loca? No pienso arruinarme económicamente un domingo cualquiera jugando al póquer contigo.

—¿Por qué lo dices como si fuera tan malo?

Albert la miró con las cejas alzadas.

—¿Te refieres a que arruinarse económicamente no es tan malo?

Souvenir (Amor y tiempo 1) | ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora