Charles | Capítulo 10

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Laketown, 1888.


"Enero 1, 1888.

Querido diario,

Es el primer día de enero. Un nuevo mes, un nuevo año. Afuera de mi ventana caen copos de nieve, nublando mi vista hacia el jardín. El blanco me da tranquilidad, me da paz. Sin embargo, en mi mente sólo existe un nombre que, desde hace meses, no me permite dormir, no me permite pensar. Es un nombre que me he negado pronunciar, y que sólo tú, diario, amigo, conocerás.

Samuel Wolseley.

El hombre que no tenía nada que perder, pero perdió su vida por mí. ¿Debería sentirme, acaso, agradecido? ¿O más bien, egoísta? Fui yo quien le habló de todos los sueños y metas que he tenido desde pequeño, pero que son sueños y metas que no llegarán a ningún lado, probablemente; y por esos sueños que aún no he cumplido, Samuel Wolseley sacrificó su vida.

Mi diario amigo, no sé cómo sentirme al respecto. A duras penas he dormido estos meses, y aun así, las pesadillas vienen a mi mente estando despierto. Imágenes de explosiones y balas, de muertos y sangre, cruzan por mi cabeza de forma esporádica; pero no sólo en mi cabeza, sino frente a mí, como si las estuviera presenciando de nuevo.

Y entonces aparece la imagen de Samuel, tan vívida que a veces pienso que puedo tocarlo, pero luego se desvanece cuando intento poner mi mano en su hombro; se desvanece, tal como lo hizo aquella noche, la última vez que lo vi, cuando corrió entre la vegetación sin decir palabra y yo perdí la conciencia.

No sé cuánto tiempo estuve inconsciente. Sólo sé que desperté en un lugar que al principio parecía el paraíso, y pensé que ya estaba muerto. Digo paraíso, porque lo primero que se cruzó en mi visión al abrir los ojos fue un inmenso campo blanco ante mí. Ese campo blanco resultó ser el techo de una gran carpa blanca en medio del Cairo, en la cual asistían a todos los soldados heridos. Repentinamente, la relativa paz que sentí al despertar se vio interrumpida por gritos de dolor provenientes de todas partes posibles, y de enfermeras y médicos militares corriendo a mi alrededor.

No me di cuenta de mi situación hasta momentos después, cuando una enfermera, al ver que no le respondía, me dio una leve cachetada que repentinamente trajo de vuelta todos mis sentidos; y con ello, trajo de vuelta el dolor.

Creo que nunca he sentido tanto dolor en mi vida como lo sentí en ese momento en mi pierna izquierda. La conciencia golpeó fuerte, y recordé todo lo que había sucedido. Lo primero que cruzó por mi mente fue mi amigo, y grité a la enfermera: "¡Samuel! ¡Samuel!"; parecía que había olvidado todas las palabras, porque aunque quería decir "¿dónde está Samuel?", lo único que mis labios pronunciaban era su nombre.

Ella me observó con el ceño fruncido, confundida; ni siquiera las lágrimas de frustración que se acumulaban en mis ojos eran suficientes para darle a entender lo que quería decir. Ella continúa con su trabajo, y un fuerte dolor me hizo gritar: Estaba derramando licor sobre mi pierna izquierda. Por el olor, diría que era ron.

Juro por Dios que vi estrellas en ese momento. Al girar mi cabeza e intentar distraerme del dolor, lo único que vi fueron camillas llenas de soldados mutilados, heridos o muertos. Cualquier lugar al que mirara era conmoción pura, dolor puro. No quiero volver a un lugar así nunca más.

Entonces levanté mi torso con la ayuda de mis brazos, intentando ignorar el dolor que sentía. Miré mi pierna y creo que es algo que no debí hacer en ese momento: Todo mi muslo era color morado y negro, sobre todo en la zona inmediata del disparo. Escuché al médico militar decirle a la enfermera que estuve a la intemperie mucho tiempo, y mi herida, al no haber sido lavada inmediatamente, comenzaba a infectarse. Escuché decirles que podría perder la pierna, mientras la enfermera agarraba unas pinzas y se las pasaba al militar que, a la final, nunca supe si tenía los mínimos conocimientos de medicina. Pero se hacía ver como si fuera un experto, y es lo único que necesitaba en esos momentos.

Desde hace un sueño (En físico en Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora