Charles | Capítulo 11

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"La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas".

—Aristóteles.

Laketown, 2016.

No era mi intención.

La sostengo tan cerca de mí como puedo, aunque en mi interior sé que no le podré dar calor de ninguna forma. No puedo explicárselo, no puedo.

Una simple visita a la playa se acaba de convertir en mi peor pesadilla. Emma cayó al agua. ¿Aguas profundas? No, estábamos en la orilla. Sin embargo, el recuerdo que tengo del mar que roza las playas de Laketown en invierno es tan vívido que casi puedo sentir el dolor en mis huesos inexistentes. No son aguas profundas en la orilla, naturalmente, pero son aguas heladas. Recuerdo haber intentado nadar en esta época del año después del atardecer, y puedo asegurar que es el peor frío que he sentido en mi vida: Abrazador, aquel que cierra tus pulmones como si de un interruptor se tratase; aquel que se clava en tu piel como si fueran mil navajas.

Ella tiembla en mis brazos mientras la llevo cargada a la mansión. Sé que ha notado que ningún tipo de calor emana de mi cuerpo, y por supuesto, habrá notado mi maleducado gesto de no otorgarle mi abrigo y mis guantes. Pero si lo hubiese hecho, no podría cargarla en este momento, y sería mucho más difícil evitar que me toque. Sea cual sea la forma que use para intentar ayudarla, resultará inútil en algún sentido y, por supuesto, poco caballeroso.

Lo único que puedo hacer es llevarla de vuelta lo más pronto que pueda. Y vaya, mentiría si dijera que no se ha roto algo dentro de mí. Todo comenzaba a sentirse normal, incluso olvidé que estoy muerto por un instante. Sólo yo, con una hermosa mujer, divirtiéndonos inocentemente en la playa.

Pero la realidad siempre me golpea de alguna forma.

La miro de vez en cuando, para sonreírle, aunque por dentro no puedo evitar que el sentimiento de culpa incremente con cada paso que doy.

Cuando llegamos a la mansión me dirijo automáticamente al segundo piso, y entro al cuarto de baño. Estoy más que seguro que el artefacto que hay dentro puede generar agua caliente. Al entrar, la siento en el llamado retrete y me agacho para quedar a su altura. Ella me observa con confusión y se sorprende cuando levanto mi mano y le acaricio el cabello. No sé cuándo comencé a tener gestos tiernos con ella, invadiendo su espacio personal. Pero no puedo evitarlo: tocar su mejilla de vez en cuando o acariciar su cabello, sucede de la nada y ella siempre sonríe cuando lo hago.

Me pongo de pie y observo la bañera con confusión. Sé que es una bañera, por supuesto, pero es lo que está pegado a la pared lo que no conozco, aunque por lo que he escuchado, cuando te quedas de pie bajo ese artefacto, del mismo comienza a salir agua caliente. No se me ha ocurrido algo mejor para Emma en este momento.

—Quiero que te metas bajo esa máquina que da agua caliente —digo con suavidad, cambiando mi expresión de preocupación por una más calmada. Sonriendo.

Ella se ríe por mi comentario, tal vez porque no puede creer que no sé el nombre de esta cosa. Me parece divertido por un instante hasta que su risa comienza a convertirse en tos.

Desvío la mirada, pensativo. Sé de primera mano que no morirá por esto, pues no tiene ningún síntoma de hipotermia. Tal vez como mínimo le dé un resfriado, pero es la impotencia de saber que ni siquiera en algo tan simple puedo cuidarla, que provoca en mí cierto desasosiego. Al principio sólo pretendía conocerla porque sospechaba que ella podría ayudarnos a mí y a mi familia. Nunca pensé que se convertiría en mi amiga o que incluso comenzaría a sentir cosas más indescriptibles por ella. Y pensándolo bien, ¿sería yo un buen compañero? No. ¿Cómo puedo ser un buen compañero si ni siquiera puedo prestarle mi abrigo cuando hace frío?

Desde hace un sueño (En físico en Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora