1. Morat y un taxi

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Me costaba acostumbrarme a mi nueva realidad. No había sido fácil desde que desperté en una cama de hospital sin recordar los últimos diez años de mi vida. Sabía que era Elizabeth Méndez y tenía veintitrés años, un hermano mayor, Henry, mis padres eran Mariana y Gerardo, además tenía una vida hecha en México, pero fuera de ahí no tenía la mínima idea de quién soy. 
Habían pasado dos meses y medio y mi memoria seguía fallando terriblemente, no lograba recuperar a la Elizabeth que fui después de los trece años y apestaba.

Me hice una coleta alta y tomé mi mochila para bajar las escaleras de la casa. En el comedor se encontraban papá y mamá desayunando. 

—Buenos días—dije y tomé asiento en una de las sillas.

—Buenos días, amor, ¿cómo te sientes?

Mamá repitió la misma pregunta de siempre. Quise decirle que definitivamente no estaba bien, no después de perder toda mi vida por un accidente de auto, sin embargo, me mordí la lengua. No podía ser tan idiota e insensible, no cuando ellos habían estado al pendiente de mí, no cuando sus nervios estaban tan alterados como los míos. Lidiar conmigo no había sido fácil y me odiaba por hacer que se preocuparan, por hacer que pararan su vida y todo girara en mi entorno.

—Bien—respondí luego de unos segundos.

—Genial. Desayuna, te llevaré a la universidad.

Asentí con la cabeza y puse en mi plato una ración de fruta, últimamente no tengía tanto apetito. Desayuné en silencio, como de costumbre, metida en mis pensamientos y mis padres me dieron mi espacio, lo que agradezcí enormemente.
En quince minutos, papá y yo nos despedimos de mamá y montamos el coche. El tráfico de la Ciudad de México hizo que el sueño que me abandonó hace unos minutos volviera. Cabeceé un poco y nuevamente sentí pequeñas punzadas en las sienes, secuela de haber estrellado mi cabeza contra el parabrisas en un accidente.

—¿Estás bien?—preguntó papá y asentí sin dudarlo. No quería preocuparlo.

—Tengo una leve jaqueca.

—Toma tus pastillas—sugirió y de inmediato le obedecí. Saqué la caja con el medicamento y tomé una de las píldoras junto con mi botella de agua.

El alivio fue gradual, para cuando llegamos a la UNAM me sentía mucho mejor, aunque somnolienta. 
Bajé del auto y me despedí de papá con la mano.

Ciudad universitaria era enorme, pero por fortuna papá me trajo cerca de mi edificio. Economía. Estudiaba economía, pero ni siquiera sabía porqué elegí esa carrera si no me gustaba y ni siquiera podía ser capaz de tener buenas notas, aunque mamá y algunos conocidos aseguraban que me apasionaba.

Me fui al aula de medios debido a que no tenía clases como tal, sino que habría una conferencia. Elegí mi lugar en el fondo como siempre a un lado de Jan, mi mejor amiga desde la infancia.

—Hola—la saludé.

—Hola tú, ¿cómo estás?

—Bien—dije y me encogí de hombros—. ¿Qué escuchas?—le pregunté al ver que tenía en una oreja un audífono.

—Morat.

—¿Mo qué?

—Morat. Hoy estarán en concierto, pero no alcancé boletos. Es una banda colombiana genial, antes de accidente los escuchabas y vaya que los conocías. Deberías volver a escucharlos, quizá eso ayude.

—Me lo pensaré—respondí.

—Mira, son ellos—dijo Jan mostrándome la pantalla de su teléfono. 

Observé la foto con atención. Eran guapos y me parecían vagamente familiares.
Me sentía un poco estúpida al ni siquiera saber qué música es la que me gustaba.

Piezas de mí- j.p. villamilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora