21. Mil tormentas

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El primer lugar que pisé al llegar a Bogotá fue el departamento en el que Villa y yo estábamos viviendo. No me apetecía ir a casa de la abuela, además, quise indagar más, supe que había información en la caja que con tanto recelo guardó Juan Pablo en el ático que había en la terraza. Llevaba ya algunos días ahí metida, sin querer recibir visita alguna, sin hablar con nadie, necesitaba estar sola después de tanto que procesar, además era un poco cobarde y no quería enfrentar a los demás aún.

Recuerdo que mis manos temblaron al tener aquella caja, me senté en la alfombra de la sala de estar, observé por largos minutos el pesado objeto antes de armarme de valor y abrirla para descubrir su contenido.
Adentro había varios folder, tomé el primero. Era un expediente médico del accidente. Tomé aire repetidas veces, tratando de darme ánimo a saber la verdad, a indagar más en el pasado que se me arrebató.
Leí con cuidado el expediente, en el que se explicaba que sufrí un traumatismo craneoencefálico que seguro afectaría mi vida, todos los especialistas que revisaron mi caso, no daban falsas expectativas y el pronóstico se veía horrendo, de verdad era un milagro que estuviera viva. Leer sobre la pérdida del bebé me produjo un sabor amargo en la boca, derramé algunas lágrimas, no conocería nunca a ese pequeño ser, lo peor llegó cuando vi las fotos que estaban anexadas en los documentos clínicos. Me sentí horrorizada al ver aquellas imágenes en las que mi cuerpo permanecía inerte con múltiples moretones y las fotografías del automóvil que quedó hecho pedazos.
Descubrí aquel día que había muchísimas fotos en varios álbumes, incluso, pude cerciorarme de que Moody era mi mascota, no la de Juan Pablo, que él decidió cuidarlo y quedarse con el Golden Retriever porque era lo único que tenía de mí.

Después de varios días, decidí salir del departamento y caminar por ahí, sin rumbo. No sabía qué hacer con mi vida, me sentía perdida, todo se me había desmoronado en cuestión de segundos.

Me senté en una banca del parque que estaba cerca de la zona, estuve sentada un largo rato, me di cuenta que las horas habían pasado porque el cielo comenzó a oscurecerse y a relampaguear, una tormenta se avecinaba. Decidí levantarme e irme lo más rápido posible al departamento.

—Señorita Eliza—llamó el portero del edificio deteniéndome.

—¿Qué pasa, Julio?—pregunté.

—Estaba revisando el correo de la señora Ordóñez porque está de viaje y me lo encargó, así que mientras lo hacía me di cuenta que en su buzón había varias cartas, me tomé la libertad de tomarlas—dijo el anciano y me tendió varios sobres blancos.

—Gracias don Julio—le respondí con una pequeña mueca. Andaba tan perdida en mi mente que ni siquiera me tomé la molestia en revisar nuestro buzón, igual las cartas serían todas recibos que pagar.

—No es nada—respondió amable—, ¿cómo está Juan Pablo? Supuse que regresarían juntos—me tensé de inmediato al escuchar su nombre.

—Uhm—balbuceé torpemente—, está bien, de gira aún. Yo tuve que regresar por unos asuntos.

—Ah, vale.

—Bueno, no le quito más su tiempo, don Julio—dije zanjando el tema.

El anciano asintió con la cabeza y me di la vuelta para tomar el ascensor.

Al llegar al apartamento, tiré las llaves y los sobres en la mesa ratona de la sala de estar y me senté en el sofá a mirar algún punto de la pared. Pensaba seguir así, perdida en mis pensamientos hasta que uno de los sobres llamó mi atención debido al sello que tenía en la parte trasera. Lo tomé y si no hubiera estado sentada, seguro me habría ido de espaldas.

Era una carta enviada de la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes de París. Abrí sin cuidado el sobre. Al terminar de leer el contenido me quedé anonadada. Me llevé las manos al rostro con frustración.

Piezas de mí- j.p. villamilWhere stories live. Discover now