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Se sentía solo, en la inmensidad de aquel bosque al que él llamaba hogar la soledad era su persistente compañera

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Se sentía solo, en la inmensidad de aquel bosque al que él llamaba hogar la soledad era su persistente compañera.

Rodeado de vida se sentía alrededor de estatuas, los arboles eran entes inanimados y los animales que rondaban el bosque no hablaban la legua que le había sido otorgada, ni siquiera se parecía a alguna de las vidas que le rodeaban.

Tenía los cabellos verdes como los arboles, pero estos eras delgados y suaves, no eran como las hojas rechonchas y ásperas. Tenía alas como las aves, pero estas eran más grandes y sus plumas eran más blancas que la nieve y su esponjosidad nada tenía que ver con la rigidez de las de los pajaritos. Tenía dos ojos como los ciervos, pero los suyos eran grandes y verdosos, no pequeños y negros. Él era raro en mitad de todas aquellas criaturas.

Amaba el bosque, era su hogar después de todo, el lugar donde nacían las estrellas que se encargaban de repartir deseos por el mundo. El quería cada parte de ese lugar, después de todo su misión era protegerlo, pero no podía evitar sentirse tan solo cuando nadie le sonreía o le hablaba de cosas triviales.

Observando las estrellas en aquel oscuro cielo supo que el momento había llegado, el momento de que el bosque forjara un camino para los mortales, así les permitiría llegar hasta él y hasta el corazón del bosque, el núcleo que se encargaba de forjar estrellas fugases.

Antes de que llegara a aquel bosque la luna le había contado sobre aquella noche, cada trescientos años un camino de estrellas se abría para permitirle el paso a los humanos, la luna le dijo que esa noche fue creada especialmente para él como guardián, para que conociera la codicia de los humanos y nunca deseara su compañía.

Había vivido tantos años, y las veces en que esa noche había sucedido eran ya incontables para él. No importaba cuantas veces pasara, cuantos grupos de hombres llegaran hasta él, todos elegían el deseo del corazón por encima de él. Los hombres eran codiciosos, y por eso nunca querrían estar con él y hacerle compañía.

Estaba condenado a la soledad, y la luna se encargaba de recordarselo cada trescientos años.

Mentirían si dijeran que no estaban completamente nerviosos, estaban a nada de cagarse del miedo, después de todo sabían bien que se aventuraban a adentrarse en aquel bosque del que aún nadie había salido con vida

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Mentirían si dijeran que no estaban completamente nerviosos, estaban a nada de cagarse del miedo, después de todo sabían bien que se aventuraban a adentrarse en aquel bosque del que aún nadie había salido con vida.

En el corazón de bosque [Dekubowl]Where stories live. Discover now