1. ∆ Psicomania ∆

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«...No busques paz en mi, estoy más rota que todos tus demonios juntos..»


Suspire con gran profundidad.

Ahora sí que estaba perdida, por fin había tocado fondo y era fácil de entender. Nada en la vida era tan complicado, ni siquiera mi caso.

La carretera estaba vacía y el cuerpo en mi cajuela frío. De vez en cuando impactaba con el duro metal, con un sonido hueco que llegaba a mis oídos, digamos que el estado crítico de la estrecha calle nos respondía el porque los saltos y golpes del auto eran tan constantes.

Estaba en tan mal estado que baches y el pavimento dañado abundaban, sino fuera porque el hombre atrás de mi auto estuviera muerto hace más de algunas 3 horas, podría jurar que se quejaría mucho por todo el dolor que seguramente le causaba.

Yo por mi lado mantenía las manos en el volante, observando con detenimiento la noche atacar y vencer la batalla, enviando su fiera oscuridad, quien siempre ganaba implantando el miedo sobre el mundo.

Los arboles apenas se movían por cuenta propia, ya que el viento frío era escaso, por la ventada del auto solo penetraba el poco que provocaba el movimiento rápido de este.

Talvez eran unas 2 horas desde que empecé a conducir, perdí la cuenta hace rato. Unos 3 o 4 días desde que no he logrado dormir bien, necesitaba un descanso de todo esto. Si sigo así bien podría volver a mi, todo esto de lo que huyo.

Ojalá salir de toda esta mierda fuera tan fácil como entrar. —¿En qué pensaba cuando decidí hacer de esto el resto de mi vida?—. Es cierto, no pensaba.

Apunto de llegar a mi destino, cuando penetraban el oscuro bosque y el silencio de la noche lograba ponerte los cabellos de punta, baje del auto con cuidado  y observé con cautela mi alrededor, no había nadie en talvez kilómetros.

Todo el lugar se definía como un bosque aterrador con ya poca visibilidad, bien podrías estar a centímetros de cualquier peligro y no le verías. Un camino tan estrecho como el que recorrí con aquel monstruo hace ya tantos años me esperaba, un frío viento que te hacía perder el poco calor que aún sobrevivía en tu cuerpo estaba en todo ese lugar.

Fue algo estúpido pensar que alguien recorrería esos lares, después de todo, ¿Quién diablos estaría en un maldito bosque a las 2 de la mañana?. Volví a mi auto y avancé otro poco hasta que solo se lograba escuchar el aullido de algún par de lobos en medio de la nada, algunos búhos con sus "Uhh" que podría matarte del susto posaban en las copas de las árboles, observando la luna quizá.

Cogí la puerta del auto después de abrirla y adentrar la mitad de mi cuerpo en él, tomé la llave y volví al frío exterior. No fueron más que un par de pasos hasta impactar con la cajuela de este. Apenas lograba ver, pues lo unico que iluminaba ese pedazo de la nada eran las luces traseras del auto de un color rojo. Y junto con mi dolor de cabeza, aquello era bastante irritante.

Abrí la cajuela lentamente, y allí estaba. El hombre de algunos 45 años, en un traje negro de Prada que bien podría costar todo un día en mi trabajo, su cabello negro con varios mechones blancos peinados hacía atrás de manera perfecta, un lindo reloj de oro en su muñeca dónde ganas volvería a ver la hora. Y lo más importante, 13 puñaladas desde las de su pecho hasta las que recorrian su estómago y varias que llegaron hasta lugares innombrables.

Aún sangre corría de las heridas y dejaba ese olor metálico en todo lugar de la parte trasera de mi auto, que aún no estaba manchado por su repugnancia, lo mejor de todo es que eso no era lo que había acabado con su vida. No, no, nada de eso, así hubiera sido mucho más fácil y menos doloroso para él.

Personas tan asquerosas como el ser humano que bajaba a hurtadillas de mi auto merecían sufrir, él estuvo consiente en cada una de las 13 puñaladas que recibió, también lo estubo en los golpes en su rostro por eso las marca entre púrpura y azúl en su ojo izquierdo, también el de su pómulo derecho y el de su labio reventado.

Él murió por el disparo en su cabeza, luego de suplicar que lo matará de una maldita vez. El señor Ronald solo se arrepintió de todas sus fechorías una vez que supo que el dolor si podía llegar hasta él, en este caso con mi nombre, una chica de 17 años llamada Charloth Cheloberk.

Arrastré su cuerpo ensangrentado a no más de unos metros de mi auto, un pequeño rastro de ese líquido resplandeciente de color rojo nos siguió, luego me encargaría de eso. Lo arrastré y apoye sobre un gran pino carrasco, enserio lo sentía por el auto pero era tarde y estaba muy cansada.

Este maldito vestido de prostituta barata solo me recordó cuando me odio, y también lo estupefacto de algunos seres humanos. Voy incluida entre ellos, porque después de todo, que solo acabará con personas malas no hace menor mis fechorías.

Volví del auto una vez más con la reserva de gasolina, el auto tenía lo suficiente para llegar a casa, así que está idea vago por mi cabeza y consultando al cansancio, la ansiedad y mi lado asesino, todos cedieron.

Esparcí el líquido en su cuerpo y otro tanto en los restos de la sangre, una vez no quedó ni un lugar donde escapar fuí al saco del señor enfrente, allí estaba el encendedor de su extravagante "puro" el curso encendió está tarde al encontrarme. La llama se extendió, la observé por un segundo antes de dejarla caer.

No pasó mucho cuando admiré las llamas que invadieron el lugar por completo, recorriendo aquel camino de líquido inflamable que cree, toda esa pequeña realidad estaba ardiendo. Él pago por sus fechorías, y pues  yo me hundía cada vez más.

—Por lo menos ahora te darás unos días libres—.

—¿Si sabes que eso nunca ayuda?—.

—Nunca dije que lo hiciera—.

A este punto de la vida nada me ayudaba. Todo era cada vez más vivo, las cosas no parecían mejorar con el tiempo. Tampoco esperaba que lo hicieran.

 Tampoco esperaba que lo hicieran

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Los Monstruos También Se EnamoranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora