4. ∆ Pesadilla ∆

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«...Como duele, perder el amor que te tenias...»


3.

—Detente—. Roge por clemencia en mi tono de voz.

—¡Cállate niña!—. Recibí, y lloré en silencio aún más.

Kilómetros después junto con una larga caminata él me había lanzado al suelo. La corriente del río que se encontraba a unos pasos no parecía tranquila, sino todo lo contrario se agitaba como mi corazón al verlo acercarse con esa mirada de lujuria.

—¡Detente!—. Y perdí la cuenta de cuenta veces se lo pedí, de cuánto le rogué porque no tocará todo en cuanto alcanzó de mi pequeño y apenas desarrollado cuerpo.

Pero parecía estar sumido por sus propios y sucios deseos, parecía no importarle nada y hacer daño sin medir o siquiera pensar en las consecuencias. Fue allí, con su cuerpo contra el mío, creando imágenes que jamás sería capaz de borrar que entendí algo, algo que jamás olvidé y es que los seres humanos no te salvan, ellos te destruyen.

(...)

Aún lloraba sobre el suelo con el alma destrozada, me sentía sucia al saltar en los charcos de lodo o jugar con mi padre a los pastelillos de tierra húmeda. Pero no era nada comparada con esa suciedad que me sumergía en el odió.

Que dominaba mi cuerpo y me hacía olvidar que solo era una chica estúpida. Busque a tientas mi camisa de uniforme entre las prendas que estaban tiradas en el suelo, mientras veía con horror al hombre frente al río. Él me había humillado y aún faltaba ver qué haría ahora conmigo, solo pensarlo me revolvía el estómago.

Seguro fue el destino, o el karma. A estas alturas poco importa, nada importa en realidad. Pero aquella arma que no hace más de unas horas estuvo en mi rostro, posaba tranquila bajo mi camisa de colegiala. El mundo quiso que fuera así, eso es lo que pienso y aunque esperaba que ese pensamiento decayera con los años, recordar ese día lo hace bastante vívido.

—¡No sé a cuántas más lastimaste!—. Hablé llamando sus atención.

—Baja eso niña estúpida—.

Pero yo no podía, era cegada por el dolor, por el odió a mi cuerpo y a ese hombre que me había hecho esto.

—¡Creo que te metiste con la persona equivocada!—.

—Dejate de estupideces chiquilla—.

—¡No dejare que vivas para volver a hacer más daño!—. Mi voz tembló.

Pero cuando lo ví acercarse tan repente a mi de nuevo, no pude más y contra todo sentido común presione el gatillo. Acabando con el posible sufrimiento de muchas chiquillas más, aunque también parecía ser el fin de mi humanidad.

Talvez yo aún viva, pero la pequeña que creía en los finales felices y soñaba con vivir uno murió ese día, junto con su violador. Y si hay algo que puedo afirmar sobre mi, es que desde entonces nada se siente como estar vivo.

Y esa es la cosa más jodida del mundo, porque todo a tu alrededor parece moverse constantemente, con un propósito en particular, yo perdí el mío. Y la sensación era similar a estar flotando entre miles de partículas sin razón, era un vacío que ni la muerte del ser que más daño me había hecho en la tierra era capaz de llenar.

Los Monstruos También Se EnamoranUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum