1. Primer encuentro

2.6K 110 23
                                    


BPOV.

No podía creer nada de lo que estaba sucediendo. Apenas hace unas horas, ni siquiera más de veinte, le había gritado en su cara que no quería saber nada más de él en mi vida. Había padecido un ataque de ira, estaba colérica porque el doctor Armando no solo continuaba con sus persecuciones para decirme que me amaba sino que, además, había leído mi diario personal. Hasta hace unas horas, nadie podía quitarme esa idea de la cabeza, la idea de que Armando Mendoza continuaba mintiéndome y tratando de tenerme de su lado por asegurar el futuro de Ecomoda. Esa idea tan absurdamente racional, que ni su voz diciéndome "la amo" podía remover. Ni mi mamá, quien había sucumbido ante sus palabras. Ni el latido de mi corazón, que se aceleraba tan solo con saberlo cerca de mí. La noche anterior me había ido a dormir con mucha ira en mi interior. ¿Cómo era posible que Armando Mendoza alcanzara semejantes niveles de canallada? Había decidido renunciar a Ecomoda de una vez por todas, porque no soportaba más la situación. Incluso, estúpidamente, me había ido a dormir pensando que lo odiaba, cuando dentro de mí se libraba una batalla campal entre mi corazón y mi cerebro, recordándome lo estúpida que era. Pese a que mi fuerte razón y mi orgullo casi incorruptible me hicieran tomar decisiones como la de abandonar todo y, además, me dieran el valor para decirle a don Armando, en su propia cara, que no sentía nada por él, no existía más verdad absoluta y completamente universal que esta: amo a Armando Mendoza, y ni siquiera mi ira o mi cólera cambiaban eso.

Cuando llegué a Ecomoda en la mañana mi panorama era completamente diferente. No había hablado con Michel desde que nos despedimos y decidí irme sola para mi casa. No sabía si llamarlo, no quería pensar ni siquiera en ese tema. Ahora mismo estaba luchando contra mí misma, como venía haciéndolo desde hacía muchos meses, desde que había encontrado la maldita carta. Lo único que albergaba mi mente era el dolor de saber que lo correcto era marcharme, porque de lo contrario jamás me sacaría a Armando Mendoza del alma y del corazón. El conflicto conmigo misma me pesaba, me absorbía cada vez más. Una parte de mí hubiera deseado creerle todas sus palabras, perdonarlo. Besarlo. Besarle la boca, como lo cantaba Montaner. Lanzarme a sus brazos, olerlo, acariciarlo, saberlo mío. Una parte de mí se moría por decirle la verdad, decirle que no había podido olvidarlo, que el amor que siento por él nunca ha dejado de quemarme... pero, luego estaba esa parte de mí que continuaba herida, que apenas estaba logrando cerrar una herida profunda, una herida que parecía ser eterna. Por más que don Armando me dijera que me amaba, la Beatriz llena de rencor que me habitaba me gritaba que no fuera estúpida, que cuántos "la amo" no salieron de su boca, siendo una completa mentira. Quería llorar, quería gritar, quería salir corriendo. Quería dejar de pensar por lo menos por un minuto. Pero no podía. Y ese conflicto interior lo único que hizo fue fundamentar más mi decisión de renunciar inmediatamente y salir corriendo.

En la mañana, cuando intentaba que las lágrimas no cayeran por mi rostro cual cascadas turbias, jamás hubiera pasado por mi cabeza que, a lo largo del día, mi vida iba a cambiar por completo. ¿Cómo iba a imaginar yo que Marcela Valencia, la mujer que me odiaba sin remedio alguno y con razón, iba a ser la persona que iba a cambiar mi perspectiva por completo? Fueron las palabras de doña Marcela las que me hicieron abrir los ojos y apagar, por fin, esa voz de mi cabeza que me hacía pensar que el doctor Armando solo mentía y que todo era no más que la continuación de su juego. Fue gracias a ella, a la mujer que sufrió tanto como yo, que el sesgo que me absorbía se disipó. Doña Marcela se tomó el tiempo de contarme absolutamente todo lo que había pasado con don Armando cuando yo no estaba, cuando me había ido, casi que en huida, a vivir mi propio dolor. Cuando yo creía que tan solo yo había muerto, que tan solo yo estaba muerta en vida, me di cuenta de que estaba en un completo error: Armando Mendoza también había muerto. Armando Mendoza también había padecido un dolor como el mío. En ese instante, supe que sus palabras eran reales. Que sus "la amo, Beatriz" no eran patrañas. Supe que estaba perdiendo al hombre que amaba, a la persona que significaba la vida entera para mí.

Juntitos los dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora