10. Después de la calma... ¿la tormenta?

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BPOV.

¿Puede una persona nacer por segunda vez en su vida? Porque yo sentía que estaba renaciendo. Me encontraba con los ojos cerrados, aún recostada en la cama. Armando estaba reposando su cuerpo sobre el mío, con su cabeza en mi pecho. Nuestras respiraciones apenas estaban retomando su normalidad, apenas estaban volviendo a su ritmo habitual. Estábamos así, abrazados, envueltos por el silencio armonioso de la habitación, llenos de plenitud y de éxtasis en nuestros cuerpos y nuestras almas.

Había acabado de hacer el amor por tercera vez con el doctor Armando, con el hombre de mis sueños. Con el hombre que creía que no iba a volver a abrazar jamás. Ese hombre que apenas ayer me parecía tan lejano, ahora se encontraba entre mis brazos, y yo entre los suyos, en la comodidad de su habitación. No tenía palabras para describir lo que ahora mismo estaba sucediéndome. Por alguna razón que no sé muy bien, en mí no había rastro alguno de vergüenza, pese a que estar expuesta de esta manera, con mi desnudez, era algo que realmente no estaba dentro de mis costumbres.

Abrí mis ojos. La habitación estaba iluminada por la luz tenue de una de las mesas de noche. Bajé mi mirada hacia mi pecho, para observar a Armando. Llevé una de mis manos a su rostro para acariciarlo suavemente. Pude sentir la contracción de sus mejillas gracias a la formación de una sonrisa. Él levantó la mirada hacia mí y nuestros ojos se encontraron, ambos llenos de brillo, ambos con las pupilas aún dilatadas. Su sonrisa continuaba extendida en su rostro, casi que de oreja a oreja.

—Gracias por todo, Mi Betty. — se levantó un poco para quedar a la altura mía y recostarse a mi lado. Paso su brazo por debajo de mi cuello y yo, por puro instinto, me acurruqué a su lado, sintiéndome en mi lugar feliz. Lo rodeé con un de mis brazos y él, con su mano libre, empezó a acariciar mi hombro.

—Hay algo que todavía no entiendo... — dijo, con voz suave y calmada.

—¿Qué cosa, doctor?

—¿Por qué cambió de decisión, Beatriz? ¿Por qué decidió darme otra oportunidad? — era cierto, aún no habíamos tocado esta parte de la historia. Yo simplemente me aparecí en producción, cuando él se estaba despidiendo, y todo se volvió una locura.

—Fue por doña Marcela... — dije, imitando su tono de voz suave y tenue.

—¿Marcela? ¿Cómo es eso?

Levanté mi mirada para observarlo mientras hablábamos.

—Sí, don Armando. La doctora Marcela fue hoy a mi oficina a hablar conmigo. Creo que en cuanto recibió mi carta de renuncia definitiva, decidió hablar conmigo. Ella... —tomé una bocanada de aire grande porque hablar de esto aún me generaba mucha tristeza — ... ella me contó todo lo que pasó cuando yo estaba en Cartagena. Me contó lo que pasó con usted, doctor. Las peleas, el alcohol, el desespero. Me dijo que usted le había confesado que se había enamorado de mí... me confirmó que usted no volvió a... tocarla.

Armando me miraba consternado. Aparentemente sus oídos no podían creer lo que estaban escuchando. Y yo, de algún modo, tampoco lo creía. Marcela Valencia desde el primer momento en que me vio entrar a Ecomoda me detestó... o, por lo menos, me rechazó. Y lo hizo específicamente porque yo era fea. Porque yo no era una mujer de su clase, de su tipo. Me odió, pese a que yo tuviera todas las aptitudes para aplicar al cargo para el que había sido contratada. Y fue entonces cuando yo, en medio de mi lealtad con Armando Mendoza, le encubrí ciertas situaciones... como Karina Larsson o Claudia Bosch. Siempre supe que encubrir a don Armando como lo hice no estaba correcto, pero no me quedaba de otra. Él era mi jefe y había descargado en mí su vida privada, yo tenía que salvarle el pellejo o sino el mío padecería las consecuencias. Realmente nunca fui la "celestina" de Armando Mendoza porque jamás organicé encuentros con sus amantes... Mi trabajo se enfocaba en esconder a aquellas mujeres locas que iban a buscarlo desesperadamente y que doña Marcela no podía ver ni en pintura, porque se podría formar el problema del siglo. ¿Qué más podría hacer yo, sino acatar las órdenes del doctor? No digo que sea correcto, porque en cuanto me ponía en el lugar de Doña Marcela, entendía lo desesperante que podría ser vivir situaciones así. Pero ella siempre supo cómo era su relación. Y Armando Mendoza también lo sabía. Ellos tenían una especie de convenio que no concertaban con palabras: seguían juntos por pleno compromiso, por una imposición. Si bien doña Marcela sí amaba a don Armando, ese amor no era más que algo vicioso y dañino que en algún punto iba a terminar destrozándola. En todo caso, ella me odió a morir mucho antes de que incluso el doctor confiara tanto en mí. Y luego... luego pasó lo que pasó: don Armando empezó a enamorarme. Esa mañana, después de que él me besó por primera vez, jamás olvidaré la conversación que, sin querer, escuché. Esa conversación en la que Marcela Valencia le decía a Patricia Fernández que yo no me consideraba una rival porque yo ni siquiera contaba como mujer... ¿En qué medida nuestras propias acciones y palabras pueden destruirnos? ¿Clavársenos como puñales? Sin embargo, pese a todas las humillaciones y mal tratos que recibí por parte de ella, yo no la odiaba ni la odio. Me lamento por haberme metido con un hombre comprometido en algunas ocasiones, pero también entendí que el amor no se elige. Nunca elegimos a quién amar y eso nos ocurrió a Armando y a mí. El amor nos atravesó como un rayo, y yo había confirmado eso gracias a las mismas palabras de la mujer que tanto me odiaba.

Juntitos los dosWhere stories live. Discover now