11. Recomenzar.

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MPOV.

Me encontraba en mi oficina, mirando fijamente hacia la pared pero realmente sin observar nada en particular. Desde hace mucho que las cosas en mi vida no marchaban como deberían, o por lo menos como yo lo había esperado. Durante años, creí que mi único futuro era estar en una relación con Armando Mendoza, casarme con él. Porque lo amaba y, en medio de mi enamoramiento profundo, llegué a pensar que él a mí me amaba también. Esa noche, en la que Armando terminó oficialmente nuestra relación, me dejó muy en claro que sí me había amado, en el pasado, pero que eso había cambiado hace mucho tiempo, incluso antes de que Beatriz apareciera en nuestras vidas.

Tenía varias voces en mi cabeza que me gritaban que no lo permitiera, que Armando Mendoza era mío, que tenía que pelear por él pero... había otra voz, la voz de la razón y la dignidad me decía que lo mejor era cortar desde la raíz con toda esta situación. Y yo sabía muy bien que desde hace mucho tiempo debía haber escuchado a mi propia razón. Era apenas evidente que Armando no me amaba y que no lo hacía desde mucho tiempo atrás. Estábamos juntos porque era un compromiso que habíamos obtenido desde hace muchísimos años, incluso desde la juventud, cuando mis papás y los suyos unieron las dos familias con Ecomoda y una amistad duradera. Siempre se esperó eso de nosotros: que termináramos juntos, que nos casáramos, fuéramos muy felices y tuviéramos muchos hijos, con la intención de unir más a los Mendoza-Valencia. Y está claro que yo misma me convencí de ello. Desde joven, solo tuve ojos para él. Mi mamá me lo repetía casi que a diario: "Marcela, un día te casarás con Armando", "Marcela, ¿qué sientes por Armando?", "Marcela, ¿cómo se ha portado Armando contigo?", "Marcela, Armando es un gran partido para ti, debes proyectarte con él". Y sí, me proyecté. Me enamoré profundamente y me encerré a él y una relación que, durante el primer año fue todo un idilio.

Después de que ambos terminamos nuestras respectivas carreras en la universidad, había llegado el momento de trabajar juntos en Ecomoda. Armando y yo empezamos a tener muchísimo más contacto y cercanía del que habíamos tenido jamás y era claro que yo le atraía. A él también le habían dijo desde joven que yo era la mujer de su vida. En la juventud solo habíamos tenido encuentros fugaces, besos clandestinos y relaciones sexuales casuales, nada oficial. Pero yo estaba solo para él y creía que él estaba solo para mí. Al empezar a trabajar juntos en Ecomoda, al final llevamos a cabo lo que tanto nos habían dicho nuestras familias: ennoviarnos, tener una relación. Ese primer año, que siempre es el mejor, lo vivimos como dos locos enamorados. Para mí, se me había cumplido esa profecía que tanto me revelaban desde niña, parecía que todo era correspondido y yo estaba mucho más que feliz. Sin embargo, las cosas fueron cambiando sobre la marcha. La amistad entre Mario y Armando se afianzó cada vez más al trabajar juntos en Ecomoda. Si antes eran muy amigos, luego se hicieron más que compinches, cómplices. Mario siempre fue un soltero irremediable, que no se enamoraba y solo tomaba a las mujeres como su fuente de diversión y distracción y, al parecer, Armando se dejó llevar por los ideales de Mario. Empezaron a involucrarse muchísimo más en todo el mundo de la moda, yendo a sinfín de cócteles, desfiles, fiestas, y una larga lista de etcéteras. Armando empezó a distanciarse de mí, nuestras discusiones empezaron y yo comencé a sentir esos celos desmedidos porque era obvio que él me estaba siendo infiel, aunque lo negara.

¿Cómo pude aguantar tanto tiempo? Es cierto que yo sí lo amaba pero, ¿acaso valía más la pena amarlo más a él de lo que me amaba a mí misma? Siempre me creía esa falsa mentira que yo misma me decía: son solo mujeres pasajeras, tú eres su novia, tú eres la oficial. En cuanto se casen, todo eso acabará. Y así, sin dignidad alguna, le perdonaba cada una de sus traiciones y, peor aún, terminaba odiando a cada una de las mujeres que él seducía con las grandes habilidades que había perfeccionado al lado de Mario Calderón.

Juntitos los dosWhere stories live. Discover now