8. Revelaciones

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BPOV.

—Pero... esta conversación no ha terminado. Dígame, Betty... ¿usted por qué no me dijo que se había dado cuenta de esa maldita carta? ¿que había encontrado ese paquete? — esas preguntas taladraban en mi mente, porque yo también me las había hecho a mí misma. Me tomé un tiempo corto para pensar un poco, Armando al parecer estaba esperando pacientemente y comprendía que yo estaba pensando. Mientras tanto, una de sus manos jugueteaba con mi cabello y la otra reposaba en mi hombro. Estábamos en una posición que quisiera guardar para toda la vida: él, sentado en el sofá, recostado al espaldar. Yo, con mis brazos alrededor de su torso, mis piernas recogidas en el sofá. Mi cabeza recostada en su pecho, de una manera en que podía seguir su respiración y escuchar un poco su corazón. Este momento estaba siendo tan íntimo. Yo sentía que conocía a Armando Mendoza Sáenz incluso más que a mí misma, sentía que el tiempo que habíamos pasado juntos nos había hecho trascender, alcanzar un punto de confianza y reconocimiento gigante. Estar aquí, en el sofá de su apartamento, escuchándonos y sanando las heridas juntos, abrazados, llenándonos de caricias, me confirmó que juntos estábamos mejor. Ambos habíamos pasado por tantas cosas, tantos momentos, tanta evolución, tanto dolor, que el poder trascender y poder comprendernos para amarnos, era la representación de un amor completamente transformado. Tomé un poco de aire y me dispuse a responder sus preguntas.

—Doctor... —pude escuchar como resoplaba al escucharme llamarlo "doctor". Esto sí que va a ser difícil.

—... Armando — dije, sonrojándome, agradecida de que él no pudiera verme.

—Su amor... — dijo él y yo no pude evitar reírme. "Mi amor", mi sueño cumplido.

Mi amor... — dije y su reacción inmediata fue comenzar a dejar besos cortos en mi cabeza, su respiración estaba un poco más acelerada. Yo me reí, pero decidí continuar hablando, para evitar desviarnos tanto. —Usted ya sabe que cuando encontré ese paquete y leí la carta sentí mucho dolor. Siempre guardé la esperanza de que fuera un mal chiste, incluso un mal entendido. Quise esperar a analizar sus acciones, sus movimientos. Quise esperar a que usted, con su forma de actuar, me confirmara si lo que había en la carta era verdad. Y, en efecto, lo hizo. Me confirmó punto por punto, incluso en algunas ocasiones lo escuché teniendo conversaciones tan desagradables con Mario Calderón que... no pude evitar darme cuenta de que era real todo. Mi corazón estaba tremendamente roto.

Terminé de hablar y Armando nuevamente buscó mi rostro para mirarme. Ninguno de los dos estábamos llorando, pero sí podía notar el dolor que ambos sentíamos. Sin embargo, aquél dolor era por el recuerdo y por habernos hecho tanto daño el uno al otro, más no porque ahora mismo, en el presente, fuera el sentimiento principal. Yo diría que lo que ambos sentíamos, más que nada, era júbilo. Júbilo puro, por estar juntos. Armando me sonrió, mientras sostenía mi mentón con una de sus manos. Se acercó para darme un beso cortito en la punta de la nariz y yo me reí. Él interrumpió las risas con otra pregunta:

—Hay más cosas que quiero saber... empezando por el tema de Cartagena— dijo eso casi entre dientes, como si aún le generara ira.

—Bueno... ya le había contado que doña Catalina, junto a Nicolás, fue mi gran apoyo durante todo mi dolor. Ella me apoyó y me acompañó desde el primer momento, se portó tan linda conmigo que todavía no sé cómo agradecerle por tanto. En fin, ¿usted se acuerda de cuando nos estábamos... besando en la oficina y alguien nos vio? Ese alguien fue ella, fue doña Catalina. Yo la vi pero no quise decirle nada a usted, además porque fue la excusa perfecta para poder irme... —él carraspeó, como si estuviera aguantando un poco la molestia por recordar aquél momento. —Ella se dio cuenta de lo que estaba pasando. No a la perfección, pero usted sabe lo intuitiva que es. Siempre me comprendió tanto y me brindó tanta fuerza, que yo ahora no me imagino cómo hubiera podido sobrevivir a tanto dolor sin ella. En fin, me ofreció trabajo. Me ofreció irme con ella. Al principio íbamos a ir a Estados Unidos, pero los planes cambiaron y a ella la llamaron para que cubriera el evento del Reinado Nacional de Belleza, así que me llevó con ella. ¡Imagínese! Yo, tan fea, asistiendo a la gestora de semejante evento... toda una ironía.

Juntitos los dosDove le storie prendono vita. Scoprilo ora