12. Un nuevo día

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BPOV.

El sonido de la alarma me despertó a las 6:30am. Abrí mis ojos con dificultad, mi cuerpo aún se encontraba adormilado. Miré de reojo hacia la ventana, por la que apenas se colaba un poco de luz. Parecía que era un día frío en Bogotá, de esos lluviosos y más grises de lo habitual. Parpadeé unas cuantas veces seguidas, tratando de despertarme un poco más y me estiré, aún metida en las cobijas. La imagen de Armando Mendoza apareció en mi mente y una sonrisa enorme se me dibujó en mi rostro. No era un sueño. Realmente todo lo que había pasado el día de ayer era real. Mi cuerpo de inmediato empezó a despojarse de todo rastro de sueño y yo sentí cómo mi corazón empezaba a acelerarse. Él iba a pasar a recogerme para ir juntos a la oficina. Me sentía como una adolescente de 16 años, enamorada por primera vez, con mariposas en el estómago. ¡Era real! ¡Todo lo que estaba pasándome era real!

Me levanté casi que de un salto de la cama y salí de mi habitación. Abajo, se escuchaba en la cocina a mi mamá moviendo ollas y platos; estaba ya haciendo el desayuno. Mi mamá, la mujer que siempre me acompaña. ¿Qué sería de mí sin ella? Una de las cosas que más admiraba de Julia Solando de Pinzón era, sin duda, su paciencia infinita. Su entrega incondicional a su familia y su corazón lleno de amor y de bondad. Las cosas con mi papá no eran fáciles y nunca lo habían sido por su carácter, pero de algo estaba segura: el amor en nuestro hogar jamás faltaba, por muy cascarrabias que fuera él.

Lo escuché silbar en su habitación, al parecer estaba ya organizándose. ¿Acaso pensaba ir hoy a Ecomoda? Tendría que encontrar la forma de convencer a mi papá para que no se preocupara por ir mucho a la empresa, pero conociéndolo como lo conozco, sé que su terquedad sería muy difícil de lidiar. De cualquier modo, nada podría dañarme el ánimo y la felicidad que me embargaban, ni siquiera un Hermes cascarrabias. Me metí al baño rápidamente y me di una ducha de agua caliente que duró aproximadamente veinte minutos. Dejé que mi cuerpo se relajara por un rato, que el agua caliente cayera por todo mi cuerpo y se llevara consigo la tensión que podría tener en mis músculos, aunque ahora mismo era muy poca. Después de un rato de divagación y pensamientos varios que giraban en torno a don Armando, salí del baño y me dirigí a mi habitación para vestirme. Elegí un pantalón negro clásico que me llegaba al ombligo, con un buzo cuello tortuga de lana, color beige. Miré entre mis zapatos y me decidí por unos zapatos cerrados, negros, con un tacón no muy alto. Todo esto de la moda, la combinación de colores, usar zapatos altos y vestirme elegante era un mundo que aún estaba descubriendo. Doña Catalina Ángel me había ayudado un montón, había sido mi gran maestra en muchos aspectos de mi vida. A ella le debía mi avance en la elección de mi ropa que, a decir verdad, era importante, teniendo en consideración el cargo que ahora yo ocupaba en Ecomoda. Aún le debía algo de dinero por toda la ropa que me compró y pensaba pagarle hasta el último peso, pese a que ella insistiera que no me preocupara por eso. Unos días después de llegar a Bogotá, decidí usar parte de mi primer sueldo como Presidenta para comprar algunos trajes de Ecomoda, puesto que debía surtir un poco más mi armario. Me sentía contenta, a gusto con lo que ahora había estado aplicando para mi vida y, sobre todo, sabía que mi forma de vestir no influía en mi personalidad, pues yo seguía siendo la misma Beatriz de siempre.

Me vestí y organicé el cabello que estaba aún húmedo por la ducha. Doña Catalina me había llevado el día del lanzamiento donde su estilista de cabecera en Bogotá, allá él me hizo un procedimiento en el cabello que me lo dejó liso por unos cuantos meses. Me gustaba lucirlo así, aunque mi cabello ondulado tampoco me molestaba mucho. Quizá cuando se pasara el efecto del procedimiento que me habían hecho, decidía dejármelo nuevamente ondulado.

—Bettica, mija— escuché a mi mamá, quien estaba tocando la puerta.

—Entre, mamá — le dije y ella, inmediatamente abrió la puerta de la habitación, quedándose en el umbral de ella.

Juntitos los dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora