5. La conversación (segunda parte)

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APOV.

Podía sentir como mi rostro entero se calentaba, tenía el corazón desbocado y esta vez no era precisamente por felicidad. Sentía miedo, mucho miedo. No solo porque Beatriz estaba mirándome expectante, fijamente, de una manera que me pareció lo suficientemente fría para poder sostener mi propia mirada con la suya. En este momento no podía leerla, no sabía qué pensar acerca de lo que estaba pasando. Hacía unos minutos Beatriz me había dicho que, antes de empezar a hablar, recordara que ella quería realmente estar conmigo, pero ahora mismo estaba ahí, distante, mirándome a la expectativa, habiendo alejado sus manos de las mías. Perderla se había convertido en mi mayor miedo. Ya la había perdido una vez y lo único que había deseado durante esos meses, donde no sabía ni su paradero, era morirme. Había tentado a la muerte, había jugado con el alcohol y con la desmesura. Todo porque la había perdido. Luego, cuando Beatriz había regresado y su indiferencia me dolía como millones de agujas clavándose en mi corazón, supe que mi vida había perdido sentido. ¿Por qué, Armando? ¿Por qué? Era lo único que podía preguntarme. Finalmente, decidí que era hora de contarle toda mi versión de la historia, esa historia que Beatriz había vivido de otra manera y yo debía estar consciente de ello.

Tomé una respiración muy profunda, como para tomar las fuerzas suficientes. Giré mi mirada a ella, quien todavía me observaba. Quizá mi propio miedo me había hecho verla fría, porque ahora lo que me transmitieron sus ojos fueron ganas de abrazarla y abrir mi corazón y mi alma a ella... eso que solo Beatriz Pinzón Solano había logrado en mí. Moví un poco mi silla para quedar un poco más cerca de ella y decidí buscar sus manos nuevamente. Ella soltó un suspiro y esbozó una sonrisa que, me pareció, era de aliento. Mantuvo sus manos bajo mi agarre y yo decidí empezar.

—Beatriz, yo fui un imbécil. Un estúpido por completo. Créame que yo confiaba incondicionalmente en usted, mi vida. Por esa misma razón es que le entregué mi empresa, porque usted era la única persona en el mundo que tenía mi absoluta confianza, incluso más que el mismísimo Mario Calderón... —ante la mención de ese nombre noté cómo el cuerpo se le tensaba un poco. Tenía que leer su cuerpo para poder saber qué pasos dar.

—Doctor, es que yo le era incondicional... —dijo mientras bajaba su mirada hacia nuestras manos entrelazadas. —Yo prácticamente daba mi vida por usted, nunca pude entender por qué desconfió de mí hasta ese... punto — continuaba con la mirada desviada y su voz era apenas un susurro. Yo sabía que ella sufría mucho al recordar todas las atrocidades que le hice. En este mismo instante quería morirme, quería devolver el tiempo para remediar todas mis acciones. Incluso no me importaba nada de lo que ocurriera con Ecomoda, si podía regresar al pasado y evitar el dolor que vilmente le causé a mi tesoro más sagrado.

—Betty... vea, yo le voy a contar todo como lo viví. Creo que esto es algo que ambos nos merecemos y que, quizá, con eso logré mi redención. Porque, mi amor, aunque usted esté ahora aquí conmigo, devolviéndome la vida, yo todavía no me perdono nada... —sentí ese nudo en la garganta que me cortaba la voz, que había sentido constantemente durante los últimos meses de mi vida y que era la evidencia de mis pedazos rotos. Beatriz notó mi situación e inmediatamente acercó una de sus manos a mi rostro para acunar mi mejilla en su mano. Su calidez me reconfortaba. Cerré los ojos para disfrutar por un momento de su tacto, llevé mi propia mano hacia la suya, que se mantenía en mi cara, y la acaricié mientras ladeaba mi cabeza hacia un lado. Abrí mis ojos para verla sonriendo y eso fue suficiente para tener todas las fuerzas que necesitaba. Nuevamente entrelazamos nuestras manos sobre la mesa y yo proseguí:

—Usted, como le decía, era la persona en la que más confiaba en el mundo. Su lealtad como asistente me había dejado muy impresionado y, de una manera inconsciente, yo empecé a ponerla a usted en el núcleo de mi vida. Beatriz, usted a mí me salvó la vida muchas veces, me demostró que además de ser demasiado inteligente era leal, que nunca tuvo miedo de Marcela o de nadie, todo por defenderme a mí. Yo nunca merecí eso, mi amor, yo odio al Armando Mendoza que no era más que un egoísta, lleno de ambición y soberbia. Pero usted me cambió... — Beatriz esbozó esa sonrisa hermosa de ella, esa sonrisa leve y tierna que era tan cálida y a la vez tan perfecta. Yo le sonreí también, el miedo estaba yéndose de mí, lo que me animaba muchísimo más a continuar contándole todo.

Juntitos los dosWhere stories live. Discover now