9. Como si fuéramos uno solo...

1.5K 107 49
                                    

APOV.

Había dejado a Beatriz recostada en mi cama. Me encontraba a centímetros de ella, admirando su reacción ante mis palabras. Era cierto, quería besarla toda, el alma si acaso es posible. Quería demostrarle con palabras y acciones cuánto la amaba. Demostrarle que la decisión que había tomado de estar conmigo no era una decisión equivocada. Sus ojos me miraban más abiertos de lo normal, noté en ellos un brillo particular: emoción y amor. Sabía que ella había esperado este momento tanto como yo, sabía que quizá también había soñado con nuestro encuentro. Parpadeaba torpemente mientras me miraba fijamente a los ojos y yo me sentía intensamente dominado por su ser que se manifestaba en su mirada.

Beatriz era preciosa y siempre lo había sido. Los ojos que ahora tenía clavados en mi rostro, eran los mismos que me miraban desde aquella oficina oscura e inhumana que había dentro de la oficina de Presidencia de Ecomoda. La sonrisa tímida que se dibujaba en su rostro, era la misma sonrisa que desde el primer momento en que nos vimos, Beatriz me dedicó. Solté una pequeña risa, que interrumpió aquél momento íntimo, aquellas miradas penetrantes que ambos estábamos sosteniendo, como si nos estuviéramos diciendo que nos amábamos de las forma más mística posible.

—¿Qué pasa, don Armando? ¿Por... por q-qué se ríe? —susurró torpemente, su voz se entrecortaba y sabía que le costaba hablarme. Beatriz era ahora una mujer mucho más decidida y con un carácter más fuerte que antes. Sin embargo, ante el amor todos somos débiles y frágiles.

—No pasa nada, mi amor. Me reí porque imagínese que la tengo aquí al frente...—susurré mientras me inclinaba para darle un corto beso en sus labios. Ella entrelazó sus manos detrás de mi cuello, de forma que quedara rodeándome con sus brazos.

—... y, aún así, solo puedo pensar en usted... — le besé la punta de la nariz y ella se revolvió en su lugar, aguantando una pequeña risa.

—Solo estoy enamorándome un poco más... —dije nuevamente, mientras empezaba a cumplir mi promesa de besarla toda.

—Cierre los ojos, mi Betty. — por un momento me miró confundida, pero segundos después, sin preguntar por qué, cerró los ojos. Yo apoyé mis dos antebrazos en la cama, al lado de su cabeza, para así aprovechar y rodear los laterales de ella con mis manos. Con mis dedos aproveché para masajear un poco la raíz de su cabello. Nuestros rostros estaban a muy pocos centímetros. Ella se mantuvo con los ojos cerrados y pude notar cómo se relajaba, cómo empezaba a soltarse más y a liberar la tensión y el estrés que acumulaba. Continué masajeando su cuero cabelludo mientras la observaba como si fuera mi más grande tesoro. ¡Por supuesto! Ella era mi tesoro más sagrado.

Mientras tanto, ella también acariciaba con sus delgados y delicados dedos mi cabeza, casi que por inercia, ni premeditarlo mucho.

—Mmmm, doctor... esto es muy relajante— dijo en un hilo de voz que hasta a mí me transmitió absoluta calma y plenitud. Sin decir una palabra, me acerqué a su frente y empecé a depositar besos largos, suaves pero contundentes. Besos húmedos que dejaban mi marca en ella y me permitían saborearla por completo. Empecé por la frente, la sien, y las orejas (donde se estremeció y por poco abre sus ojos). Continué con sus pómulos marcados y perfectos, que ahora mismo estaban pintados de un rosado pálido y suculento. Luego, sus mejillas, suaves y perfectas. Su nariz, pequeñita y perfecta. La punta de ella, un poco inclinada, redondita y perfecta. Seguí mi camino de besos hasta la comisura de sus labios, donde ella abrió un poco su boca casi que llamándome a ella; tuve que evitar las ansias de plantarle un beso eterno, porque aún me quedaban muchísimos centímetros más por besar.

Continué besando su mentón, su cuello, esos dos lunares que lo adornaban al lado derecho, el lóbulo de su oreja, donde decidí pasar mi lengua para jugar un poco con ella, ya que sabía lo sensible que era esta zona... y en efecto, Beatriz se estremeció y movió su cabeza hacia atrás, apoyándola con fuerza sobre la cama. Continué masajeando su cabeza y besándole su cuello, donde me quedé varios segundos.

Juntitos los dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora