6. ¿La herida cerró?

1.2K 77 38
                                    


BPOV.

¿Qué sentir? Me preguntaba internamente mientras cenaba y hablaba cosas aleatorias con don Armando. La tensión entre los dos era fuerte, pero era una tensión extraña; por un lado, estaba el hecho de que estábamos hablando sobre un tema que a los dos nos dolía demasiado y, por el otro, estaba el amor palpable en el aire. Porque de eso no me quedaba duda, ambos estábamos ahí mismo muriéndonos de amor por el otro. Tan solo por eso, por sentir su amor y notar como el mío propio se me salía por los poros, comprendí que debía quedarme, que debíamos seguir aclarando nuestras cosas. Porque hay muchas heridas que solo pueden sanar si quien las cura es nuestro amor: él a mí y yo a él.

Terminamos de comer y al instante el mesero retiró los platos. Armando se acercó un poco más a mí y me preguntó si había quedado satisfecha, yo le respondí afirmativamente y le sonreí. Lo cierto es que había estado muy callada, desde que habíamos hablado con mi papá en Ecomoda. Toda esta situación, pese a que me daba felicidad, también me abrumaba mucho. Era claro que el amor que yo sentía por él era mucho más fuerte que cualquier otra cosa, sin embargo el estar ahora aquí, con él a mi lado, en lo que puede denominarse como el cumplimiento de un sueño, me superaba. No estaba pensando con claridad y estaba empezando a sentirme un poco mal. Físicamente hablando. Mi cerebro estaba asimilando toda la situación con un poco dificultad y mi cuerpo se sentía cansado, no sé si agobiado, un poco pesado. Ahora solo quería encontrar un refugio y estaba segura de que eso solo lo encontraría en sus brazos. Él notó mi evidente incomodidad.

—Betty, mi amor, ¿qué le pasa? La noto rara... — dijo inmediatamente al percatarse de mi incomodidad. Siempre que me decía "mi amor" algo en mí se removía, sentía un vacío en el estómago que terminaba siendo un cosquilleo por todo el cuerpo y una aceleración del fluir de la sangre en mis venas. Lo que él provocaba en mí era una locura, era amor. Y, precisamente por eso, no quería que pensara que estaba "rara" por su presencia, porque conociéndolo como lo conozco, era muy probable que empezara a ponerse un poco paranoico, un poco neurótico. Me acerqué a él y, acomodándome en mi asiento para quedar frente a frente, llevé mis brazos a su cuello y los entrelacé ahí. Él se tensó al sentir mi tacto. Nervioso. Yo, Beatriz Pinzón, ponía nervioso a Armando Mendoza. Pegué mi frente a la suya y cerré mis ojos.

—¿Le parece si nos vamos? —solté, en apenas un susurro.

—¿Nos vamos? Betty pero... p-pero si no hemos terminado de hablar. Yo necesito escucharla. — mientras hablaba, dirigió sus manos a mi cintura para acogerla y acercarse aún más a mí.

—Don Armando... — musité — es que no me siento muy cómoda, me gustaría seguir esta conversación en un lugar más íntimo. Solos los dos. — abrí mis ojos para mirarlo. Él me miraba fijamente con un rastro de asombro en sus ojos. El restaurante estaba empezando a atiborrarse de gente y hacía apenas unos minutos un grupo había empezado a tocar en vivo. Yo pensé que la decisión de irnos a un lugar un poco más calmado para continuar hablando era la mejor. Armando me miró por unos segundos más y acercó sus labios a los míos. Dejó un suave y corto beso y, sin separarse, dijo:

—Está bien, Beatriz. Vámonos — me besó nuevamente y, luego, se separó de mí para llamar al mesero y pedir la cuenta. Mientras esperábamos, noté cómo se removía un poco en su lugar, como queriendo decirme algo pero sin saber muy bien cómo hacerlo. Le agarré sus manos en las mías, las observé con detenimiento mientras las acariciaba. Estaban frías, pero en la calidez que las mías le ofrecía parecían encontrar calma. Las subí hasta la altura de mi rostro y las besé con ternura. Ante ese gesto, él inmediatamente se soltó para agarrarme en un abrazo fuerte, aún estando sentados los dos en nuestras sillas.

—Dígame si esto es el cielo... si acaso morí o si estoy soñando. Beatriz, me inunda el alma de amor— yo sonreí enormemente ante esas palabras y enterré mi rostro en su cuello. Me reí, era una risa nerviosa pero cargada de felicidad. Una risa espontánea, que verificaba lo que mi corazón estaba sintiendo ahora mismo: amor puro.

Juntitos los dosWhere stories live. Discover now