Capítulo 7

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7 - LOS PRESELECCIONADOS


(ILYSB - LANY)


Johnny entrecerró los ojos, asomándose conmigo por encima de la barra.

—¿Cuánto te apuestas a que lo manda a la mierda?

Observé con más atención a la pobre clienta a la que Alan, el nuevo, intentaba coquetearle.

Básicamente, su mejor estrategia era hablar de su exmujer, de lo mucho que la echaba de menos y de las pocas ganas que tenía de vivir.

No, no era una gran estrategia.

—No pienso apostar algo contra una cosa obvia —murmuré, divertida.

—Vaya, yo que quería obligarte a limpiar los platos por mí.

—A eso lo llamo yo explotación infantil.

—¿Infantil? La última vez que lo miré, tenías veinte años.

—¿Y qué? Son la mitad que los tuyos. Es explotación infantil.

Los dos nos quedamos callados cuando la clienta dijo algo, puso mala cara, recogió su bolso y se marchó sin siquiera dejar propina. Alan la observó marcharse con los brazos en jarras antes de suspirar y empezar a limpiar la mesa con cara de asco.

—Menos mal que no he apostado nada —murmuré.

Era divertido hacer esas cosas con Johnny, hacía que las horas de trabajo se hicieran más amenas. Y también Lisa, con quien recorrí la mitad del camino hacia casa antes de que ella se desviara para volver a la residencia.

Al llegar a casa, Zaida estaba metiéndose mano en el sofá con su nuevo novio. Últimamente, tenía tantos que ni siquiera me molestaba en aprenderme sus nombres. O sus caras.

Solo eran señores que gemían demasiado alto contra la pared de mi habitación y que me provocaban instintos asesinos bastante preocupantes.

Por suerte, Holt llegó antes de lo previsto y pude encerrarme en mi habitación con él para que pudiera mirarme el portátil. Puso una mueca al revisarlo.

—¿Qué le has hecho a la pobre maquinita?

—Puede... ejem... que se me cayera un vaso de agua encima.

—¿Y...? —me miró, enarcando una ceja.

—Puede... ejem... que también se me cayera al suelo. Y lo pisara sin querer.

—Madre mía, Mara. Nunca tengas seres vivos a tu cuidado.

—Oye, ¿te recuerdo quién es que se ha tropezado en la entrada de mi casa y casi se ha roto un diente contra mi suelo?

Holt enrojeció.

—¿Quieres que te arregle el portátil o no?

—Vale, me callo.

Holt suspiró y empezó a hacer su trabajo mientras yo me cruzaba de piernas en mi silla giratoria y lo miraba de reojo, curiosa. Menos mal que no había intentado arreglar yo el portátil, con mis desastrosas habilidades probablemente habría explotado.

—¿Ya has hecho los exámenes finales? —pregunté con curiosidad, cuando llevábamos un rato en silencio.

—No, nosotros los hacemos más tarde que los demás —murmuró, centrado en su tarea—. Los empiezo en dos semanas.

—Lisa va a amargarse mucho cuando no pueda estar pegada a ti todo el día —bromeé.

Él me dedicó una mirada extraña por encima del hombro antes de volver a centrarse.

Tardes de otoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora