Capítulo 12

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12 - EL PLAN MAESTRO


(Dreams - The Cranberries)


Durante unos segundos, nadie dijo nada. Hasta que Gus Gus, claro, hizo su intervención maestra:

—Pero... ¿qué coño acaba de pasar?

Su padre le dio una palmada en la nuca casi al instante.

—No digas palabrotas —advirtió.

—¡Era una palabrota de sorpresa! Y a Aiden le dejas decirlas.

—Aiden ahora mismo está en un coche de policía, no me lo pongas de ejemplo.

Yo seguía mirando fijamente la carretera, con los puños apretados. Menos mal que la ambulancia se había llevado al imbécil de James porque, si no lo hubiera hecho, juro que yo misma le habría dado otra patada.

—Tenemos que ir a la comisaría —intervino Claire de repente, como si hubiera vuelto a la realidad—. Vamos. Gus, Lisa, volved a casa.

—¡Yo quiero ir! —protestó Gus.

Pero, cuando vio que la situación era tensa, Lisa se apresuró a agarrarlo del brazo y arrastrarlo de vuelta a casa, dejándome ahí plantada con Grace, papá, los Welch —mis vecinos— y los padres de Aiden. Bueno, y mi abuelo, que estaba asomado a la ventana porque iba en silla de ruedas y no podía salir al jardín, pero quería controlarlo todo.

—Si necesitáis algo, lo que sea —le dijo papá al señor Walker—, sabéis dónde encontrarnos.

—Siento lo que ha pasado —le dijo él.

—No te preocupes.

Pero conocía a mi padre. Seguía creyendo que el culpable era Aiden. Lo veía solo en la forma en que me había apartado de él, como si fuera a hacerme daño.

Me giré hacia Claire y el señor Walker.

—¿Puedo ir yo también a la comisaría?

Claire estuvo a punto de responder, pero papá la interrumpió.

—Eso no es problema tuyo, Mara.

—¡Yo soy la única que estaba aquí con ellos!

—Si necesitan tu declaración, te llamarán.

—¡Quiero ir, papá!

—Oye —Grace le puso una mano en el hombro, intentando calmar la situación—, quizá deberíamos dejar que vaya.

—No —espetó papá, y la sentencia fue firme.

Así que tuve que ver cómo Claire y el señor Walker se marchaban en coche sin poder hacer nada, de pie en medio de nuestro jardín con los hombros tensos y los brazos cruzados con fuerza.

No estoy muy segura de si prefería golpear algo, gritar, llorar o hacerlo todo a la vez. Pero necesitaba hacer algo. No podía quedarme ahí, de brazos cruzados, o me terminaría consumiendo y volviendo más loca de lo que ya estaba.

—Quiero ir —le dije a papá cuando él empezó a entrar en casa.

Mi abuelo seguía asomado a la ventana, pero los Welch ya habían vuelto a su casa. Papá, Grace y yo éramos los restantes del jardín. Y esperaba que dentro de poco solo lo fueran ellos dos.

—Me da igual lo que quieras —masculló papá.

—Soy una adulta, no puedes decirme lo que puedo hacer o no.

Tardes de otoñoWhere stories live. Discover now