c a p í t u l o 20

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• C e l i n e •

Después de unas horas mi cuerpo estaba entumido, el dolor en mi espalda y mi cuello me mataban y mis ojos estaban tan cansados que en cualquier momento se cerrarían. Cuando encontramos a Steve a la orilla del Río estaba gravemente herido e inconsciente. Entre en pánico porque creí que estaba muerto hasta que Sam me convenció de lo contrario.

Desde ese momento han pasado un par de días, Steve no ha despertado y yo no he abandonado la incómoda silla de la habitación del hospital. Es de noche, hace frío y sólo cuento con un enorme suéter que Natasha me dejo antes de irse. No pienso moverme de aquí hasta que Rogers despierte.

Hill y yo hicimos una exhaustiva búsqueda por toda la zona, recorrimos todo el lugar hasta el último rincón, pero no importa cuanto nos esforzáramos, James había desaparecido. Lo había perdido otra vez. Me sentía frustrada, desesperada. ¿Y si HYDRA lo capturo de nuevo? La idea de que probablemente estuvieran torturándolo me aterraba y me hacía querer salir a buscarlo por todas partes, pero lo único que me detenía era que no tenía indicios de nada. Sería como buscar una aguja en un pajar. El mundo era demasiado grande para mí y él podría estar en cualquier parte.

— Hey. —me llama Sam desde el umbral de la puerta— Iré a la cafetería, ¿quieres algo?

Le agradezco pero rechazo su oferta. Al igual que yo, tampoco ha querido abandonar el hospital, y es un consuelo no estar sola. Sé que quiere preguntarme acerca de James, tiene muchas dudas, pero no se atreve a preguntarme. Lo sé porque cada diez minutos separa sus labios queriendo decir algo pero al instante se arrepiente y se concentra en la música que suele poner durante el día.

Las horas en vela empiezan a hacer efecto, el cansancio no me permite tener mis ojos abiertos por más tiempo.

Una voz lejana me llama, lo escucho pronunciar mi nombre con desesperación. Todo a mi alrededor cambia, ya no estoy en la habitación del hospital sino en lo que parece ser un edificio oscuro, lúgubre, frío. Unos gritos desgarradores captan toda mi atención y me dispongo a averiguar de donde provienen. Entro a una habitación encontrándome a James en un rincón; su cabello cae sobre su rostro en desorden y sus manos están en su cabeza. Solloza y mi corazón se rompe en mil pedazos. Quiero acercarme a él pero mis piernas no me responden, no puedo moverme.

— James... —las palabras apenas son audibles— Mi amor, estoy aquí.

Sus sollozos se detienen. Lentamente alza la mirada y por primera vez sus ojos se encuentran con los míos.

— Lo siento tanto, Celine. —dice con sincero arrepentimiento.

Yo niego efusivamente. Mis piernas finalmente se pueden mover pero tan pronto como doy un paso, una grieta se abre en el suelo y cada vez me alejo más de él. Pierce y unos cuantos hombres que no puedo reconocer aparecen de su lado, lo llevan hasta una silla metálica, atan sus manos y llevan un extraño artefacto a su cabeza. Comienza a gritar de nuevo. No puedo hacer nada por ayudarlo. Mis gritos se unen a los suyos, me alejo más. Mi visión se nubla y todo es negro ahora.

Abro los ojos, me incorporo rápidamente y me doy cuenta de que estoy en la habitación del hospital, que Steve aún no despierta y que todo fue un sueño, uno bastante desagradable. El reloj marca las 9:30 am, Sam aún duerme y agradezco que así sea porque no tendré que responder sus miles de preguntas sobre por qué desperté tan alterada.
Trato de ahuyentar ese sueño de mi mente revisando los mensajes de mi celular esperando que alguno sea de Natasha, ya que antes de irse me prometió averiguar cualquier cosa que pudiera ayudarme, pero aún no hay nada.

Aproximadamente veinte minutos después escuchó un quejido proveniente de la cama frente a mi. Casi dejo caer el celular cuando veo que Steve está abriendo los ojos lentamente, seguramente por la abundante luz que entra por la ventana.

𝐒𝐈𝐋𝐇𝐎𝐔𝐄𝐓𝐓𝐄Donde viven las historias. Descúbrelo ahora