c a p í t u l o 35

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Sus pasos resonaban en el blanco suelo haciendo eco en el largo corredor. Sus manos estaban esposadas al frente y un artefacto rodeaba su cuello. Dependía totalmente de ella que ese incómodo objeto continuara siendo inofensivo, cualquier cosa que intentara, éste dispararía una corriente eléctrica por todo su cuerpo impidiéndole moverse.

La llevaron hasta un cuarto similar a la celda en la que estuvo hace unos días, eran a simple vista bastante similares, a excepción de que los muros de éste eran de acero reforzado y había mucha más vigilancia. Celine espero unos minutos, después de un rato, el Secretario Ross apareció en el umbral de la puerta con cuatro guardias armados cubriendo sus espaldas. El hombre la miró de arriba a abajo con desdén, sintiéndose poderoso al tener a alguien con sus habilidades esposada y sin oportunidad de defenderse. No hablaba, porque parecía que disfrutaba hacerla esperar pero Celine no quería escuchar su voz pronto.

Una risa escapó de sus labios sin poder contenerla, Ross la miró como si estuviera loca.

— Señorita Clarke, su lista de crímenes es algo extensa. Por si se pregunta la razón de su arresto, se los voy a decir uno a uno.

Celine aguardó pacientemente a que citara la dichosa lista: cómplice de atentado, cómplice de homicidio, confrontación con las autoridades, encubrimiento, daños y destrozos. Esos eran algunos.

— Supongo que ahora comprende su situación.

Celine alzó los hombros desinteresada.

— Si yo fuera usted, eliminaría dos de esos cargos en mi contra —le comentó con una sonrisa sarcástica— La verdad es que no me gustaría que se historial se manchara con la palabra homicidio, no suena bien. Respecto a los otros yo no los consideraría crímenes, pero depende de su propia definición.

Ross se sintió más que molesto por su tono tan desinteresado e irónico. Ya había interrogado al resto del equipo y sólo había recibido algunos insultos u otros apenas y le decían una palabra. Celine Clarke era la única que se atrevía a desafiarlo burlándose de él.

— ¿Le parece gracioso, Clarke? —cuestionó severo— Pasará el resto de su vida en este lugar, se pudrirá en una celda al igual que sus compañeros y no podrá hacer nada para evitarlo. Su vida ahora me pertenece. Veamos si cuando Barnes sea asesinado se va a seguir riendo.

La silla metálica se arrastró por el suelo causando un chirriante sonido. El secretario retrocedió dos pasos ante la furiosa figura que amenazaba con destrozar todo.

— ¡Si usted se atreve a tocarlo juro que lo mataré con mis propias manos...!

Celine pudo soltar un sin fin de insultos y amenazas, pero la corriente eléctrica que recorrió todo su cuerpo la obligó a caer sobre su asiento de nuevo, retorciéndose de dolor. Ross se mostró triunfante.

— Aún tiene tiempo, señorita Clarke. —le dijo tomándose su tiempo al hablar, saboreando cada palabra— Dígame en donde están Barnes y Rogers, y yo le prometo que el soldado podrá vivir lo suficiente para pagar por sus crímenes. Usted firmará los Acuerdos de Sokovia, su historial quedará limpio y podrá reintegrarse al equipo con normalidad. Como sin nada hubiese pasado.

Celine, aún intentando recobrar la compostura, lo observó como si fuera un animal ponzoñoso que si se acercaba demasiado podría ser letal.

— Usted y esos malditos Acuerdos pueden irse directo al infierno. —respondió escupiendo las palabras con odio— Máteme si quiere, tortúreme como mejor le parezca. Pero no le diré en donde están.

Ross se irguió queriendo mostrarse autoritario, pero Celine imitó su acción y pronto se convirtió en una lucha de poderes.

— Si así lo quiere.

𝐒𝐈𝐋𝐇𝐎𝐔𝐄𝐓𝐓𝐄Donde viven las historias. Descúbrelo ahora