c a p í t u l o 33

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Ross no estaba contento, Tony pudo deducirlo con rapidez cuando el secretario apretó el puente de su nariz y pasó la mano por todo su rostro. Natasha no había querido decir nada hasta ahora porque sólo Tony podía entender al hombre de escasa paciencia.

— Debo suponer que tienen idea de en dónde están. —señaló Ross, dándoles más presión de la necesaria.

Tony apoyo ambos brazos sobre sus piernas.
Aún soltaba uno que otro quejido pero asegurándose de no ser obvio, aunque a Natasha no se le pasaba nada. James Barnes le había dado una buena paliza y el color morado debajo de su ojo derecho era la prueba de eso.

— La tendremos. —aseguró Stark— Ya se cubre la frontera y hay vuelos de reconocimiento todo el tiempo. Nos ocuparemos de esto.

— No te tienen que ocupar, es obvio que no pueden ser objetivos. Operaciones Especiales se encargará.

Ross había sido bastante claro en el trato que se atrevió a ofrecerle a Celine, después de todo el verdadero objetivo era el soldado, pero después de que ella se negara rotundamente su nombre había pasado a la lista negra del secretario.

A Natasha le hubiese gustado que su amiga la escuchara más de lo que lo hizo. Y tenía miedo.

— ¿Y qué pasará cuando los encuentren? ¿Matarán a Steve Rogers? ¿A todos? —se atrevió a cuestionarle, a pesar de que Tony le rogaba en voz baja que cerrara la boca.

— Si nos provocan, si. —admitió el Secretario sin darle muchas vueltas al asunto y sin morderse la lengua— Barnes hubiera sido eliminado en Rumania si no fuera por ellos. Murió gente que ahora podría estar viva.

«Esto está mal, Natasha, y lo sabes» las palabras de Celine taladraron con fuerza en su cabeza. Ahora no sólo existía el riesgo de que fueran encarcelados, sino que Ross había sido bastante serio al mencionar matarlos si era necesario.
Comenzó a cuestionarse si de verdad había elegido al bando correcto.

— Con todo respeto, no lo solucionará con balas. —intervino Tony antes de que ella lo hiciera— Deje que nosotros nos encarguemos de esto.

— ¿Y por qué terminaría de forma diferente a la última vez? —inquirió, alzando una ceja.

— Porque esta vez no me pondré mocasines y una camisa de seda. —sentenció. A Nat le pareció muy conveniente, pues el costoso traje que llevaba puesto estaba casi arruinado— Setenta y dos horas. Asegurado.

No tenían la menor idea de en dónde se encontraban ahora. ¿De verdad podrían encontrarlos en ese lapso de tiempo?

— Treinta y seis horas. —decidió, poniéndolos en una situación aún más complicada— Los quiero a todos. A Barnes, Rogers, Wilson, y por supuesto, a la agente Clarke. Que vea las consecuencias de sus decisiones.

El secretario se retiró dejando a Tony con una gran carga sobre sus hombros y a Natasha un mal sabor de boca, no pudo evitar tomar sus últimas palabras como una amenaza aún peor.

Tony se irguió y dejó caer su espalda sobre el respaldo de su asiento. Suspiró con pesadez al verse sumergido en un mar de estrés y ansiedad, esto era lo último que hubiera querido.

— Estamos algo cortos de personal. —puntualizó Natasha.

— Sería genial tener a Hulk de nuestro lado ahora, ¿no crees?

A Romanoff aún le causaba una punzada en el corazón recordar al científico. Nunca hablo de eso, pero siempre guardaba la esperanza de regresar al Complejo y escuchar a Steve decirle Bruce ha vuelto, está aquí. Pero la espera se había hecho bastante larga.

𝐒𝐈𝐋𝐇𝐎𝐔𝐄𝐓𝐓𝐄Donde viven las historias. Descúbrelo ahora