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Aparte de un feo rasguño en su mejilla no tenía una sola herida, una de las muchas cláusulas de su gran cuerpo era su resistencia, y por desgracia, no era capaz de apartar el dolor físico.

—¿Estas bien?—Noto unas manos suaves y tibias en sus hombros, era Lapis, inclinándose cerca de ella.—¿Qué ocurre?

Se miraron durante un momento, observándose nada más, como si temieran que la otra fuese una ilusión, con miedo, y al mismo tiempo, con la necesidad enfermiza de encontrarse la una junto a la otra. Lapis acaricio el corte en su mejilla, apartando manchas de tierra de aquel rostro fuerte pero femenino, como si su molde hubiera sido diseñado de ese modo, una expresión de la fiereza que existía en la belleza de algunas cosas, aunque Jaspe veía un monstruo en el espejo, Lapis fácilmente podía pensar en las rosas, flores hermosas, y sin embargo, para tocarlas uno debía arriesgarse a ser rasgado y herido por sus espinas.

Y sin embargo, una belleza frágil y momentánea. Lapis la beso y Jaspe la rodeo con su fuerte brazo, estrechándola contra su pecho.

Su mente fue atraída una vez más hacia la oscuridad, las imágenes borrosas de sus recuerdos, ante el contacto con aquella otra gema, se definían por momentos frente a ella, guiada por aquella canción que le era tan familiar, descubrió sus propios pies, calzados en unas botas negras adornadas con rombos azules en los tobillos, y se dirigió en piloto automático hacia uno de ellos, mientras el suelo de oscuridad pringosa era reemplazado por una configuración de azulejos blancos y azules.

La gema que cantaba se encontraba recostada contra uno de los cientos de pilares de apoyo del gran balcón circular exterior, que daba un vistazo panorámico de las nubes, en ese momento, un paisaje de algodón tintado de tonos rosa, melocotón y rojo. Alguna vez a aquel Cuarzo rutilado no le había agradado demasiado el sol, su lugar de origen era una luna, que giraba alrededor de un planeta azul y sin brillo, y de ese mundo solo podía recordar las estrellas a su alrededor, especialmente la más grande, cuya luz no hacía más que generar un anochecer eterno. Cuando se acercó lo suficiente a la gema, de una piel clara y un cabello plateado, con ojos de esclerótica negra y pupilas doradas, se giró para observarla, sonriéndole de medio lado. Su cabello, cortó hasta los hombros pero alborotado como una Amatista, se sacudía por momentos con una brisa suave y tibia que impregnaba las cortinas azules de las salas con aroma a sol.

—No pensé que vendrías.—Le dijo, haciéndole un lugar.

—Lo sé, quería sorprenderte—Su compañera rio al escuchar aquello y le dio un pequeño golpe. — ¿Te interrumpí? Quisiera escucharte cantar.

Ella la observo, y noto una vez más como su piel escocia, aunque no tuviera nervios, como su respiración se volvía inquieta, como parecía perder el sentido ante su mirada, sacudió su cabeza negativamente y entrelazo sus dedos con los suyos. A sus espaldas descansaba una elegante alabarda de plata, con incrustaciones de mármol, el uniforme de su compañera consistía en una especie de cinta azul claro alrededor del pecho, y que cruzaba su cuello desde la parte de atrás hacia adelante, con un taparrabos blanco sobre pantalones negros con diamantes azules en los costados de las caderas, y botas del mismo color, con rombos azules en los tobillos.

Aunque no era capaz de ver el suyo, era más propio de un guardia y ella lo sabía, unas botas de color negro con rombos azules en los tobillos, pantalones de color azul marino, y una franela negra con un cuello ancho en forma de V, con una banda de color azul oscuro, que al cruzarse una con la otra formaba un perfecto rombo azul, el símbolo de la diamante a la cual serbia en su corte personal.

Ambas eran cuarzos rutilados, y aunque su gema era más como una pirámide en su pecho, la de su compañera tenía una ubicación distinta, perfectamente cuadrada en su hombro, a diferencia de la forma redonda de los cuarzos, y con una lagrima en su centro, hecho de oro.

La táctica barataWhere stories live. Discover now